Sitiados

         Hoy llegan los monarcas y sus herederos a pasar el fin de semana, así que el centro de la ciudad está tomado por la policía. Las fuerzas especiales lo pasan en grande caminando sobre las tejas de los edificios en la avenida de la Independencia, cubriendo los áticos y observando al populacho desde las alturas con prismáticos infrarrojos y mirillas telescópicas. Nos hemos convertido de pronto en sospechosos y como a tales nos vigilan. Cualquiera diría que en lugar del Rey se presentará en Zaragoza el presidente de los Estados Unidos o el marajá de Rapujtala. En tiempos de inseguridad terrorista y de avasallamiento policial, te sientes extranjero en tu propia casa. Sitiado por el miedo de los jefes a que alguien les atice una guantada o les coloque un petardo bajo el culo. Amedrentado por el despliegue, no vaya a ser verdad. Cuando la democracia se contempla a vista de pájaro se nos ve muy pequeños, insignificantes. Será que una vez que votas ya no eres nadie. El espejismo de la soberanía popular dura un segundo y una vez que trascurre te pueden pedir la documentación, cachearte o pegarte un tiro desde una chimenea. Por lo visto, a las ocho de la tarde, tocarán retreta en la plaza de España y este gesto, que recuerda los peores tiempos de la dictadura, supone el feliz reencuentro entre lo civil y lo militar. Al oír la corneta, los que tuvieron la dicha de hacer el servicio de armas podrán rememorar aquellos tiempos igual que los abuelos sus batallitas. Semejante nostalgia sería una provocación en Euskadi, pero aquí es como si un caniche se nos meara en la oreja. No nos da lo mismo sino que habrá llenazo y en previsión del éxito han montado después un festival de bandas militares. Los F 18, para poner ambiente, sobrevuelan Zaragoza cuando les peta. Son tan comedidos en sus apariciones que no necesitan silenciador. Seamos tolerantes y comprensivos, aunque por todo el filete se prohiba a los bares que monten la terraza en el paseo. Seguro que alguien les indemnizará por sufrir este hábitat castrense y lleno de porras, pistolas, uniformes, walkis, banderas y botrancas. Con el calor que hace y el bochornazo que aventura agua durante estas jornadas, los guardias se cuecen bajo la tela gruesa y azul mientras los trabajadores rematan los últimos detalles en los palcos de autoridades. El panorama es exótico en la avenida. No sólo por feo y lamentable, sino por el público agradecido y patriótico que a estas alturas de la Historia no cuenta nada que no conozcamos ni aporta al mundo un gramo de humanismo. Sabemos que organizar un desfile supone un derroche que podría dedicarse a cualquier otra excentricidad. Que sigan gastándose un pastón en este autobombo sólo evidencia la falta de espíritu crítico que existe entre la ciudadanía. No hay el menor interés en fomentar alternativas sociales al ejército desde la escuela porque una vez desmantelado el reclutamiento forzoso desapareció la insumisión. Que no se origine ninguna vocación pacifista resulta preocupante porque la maquinaria estatal se apodera de los huecos, llena los vacíos mentales y construye una publicidad ficticia para captar adeptos entre los más jóvenes. El ejército ha edulcorado de tal manera su simbología que se presenta en sus anuncios como si fuera una ONG. Basta con echar un vistazo a sus tanques para comprender el engaño y sin embargo se persiste en la imagen confusa de su tarea buscando una nueva fórmula que lo justifique socialmente. No deja de ser hilarante que al alcalde de una ciudad heróica e inmortal como Zaragoza le concedan los militares un premio. La placa en cuestión, bautizada con el nombre de Los Sitios por la resistencia de sus pobladores frente a los franceses durante la Guerra de la Independencia, no viene a recordar otra cosa que la poca utilidad que tuvo el ejército durante aquellos tiempos. Si los zaragozanos de antaño tuvieron que defenderse de una invasión napoleónica, ¿no sería mejor que nos devolvieran los impuestos?

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Ansiedad

        Se respira en el ambiente cierto estado de ansiedad, que se acumula y se desborda mediante las trombas de agua que caen por sorpresa y nos pillan sin el paraguas a mano. La ciudad se va regando para que le crezcan rápido los girasoles. No hay nada como pedir a la madre naturaleza la capitalidad del mundo en cualquier asunto para que se muestre benéfica hasta decir basta. Incluso el Gobierno se lo está pensando e igual nos ilumina mañana con la clausura del trasvase, no porque sea un desastre ecológico sino porque ya no hace falta, de esta forma tan ingenua nos libramos de un conflicto ético en cuanto al desarrollo sostenible. Habría sido una hipocresía que el río que cruza la Expo y que sirve de excusa para levantar todo este tingladillo de negocios, antes de llegar al mar le encasquetaran un baypass metálico para robarle unos litros. Así, por lo menos, se salva la cara. Algo semejante ocurre con las bicicletas. Los ciclistas se juegan la vida entre los coches a diario porque los automovilistas piensan que son un peligro para la circulación vial. Cualquier persona con dos dedos de frente se daría cuenta de que el verdadero estorbo lo originan los vehículos a cuatro ruedas, no sólo porque apestan la atmósfera sino también porque impiden el libre tránsito de los peatones, sin embargo la economía suicida del capitalismo nos empuja a seguir fabricando coches como churros en detrimento del transporte público. Estamos tan vacíos por dentro que necesitamos adquirir objetos inútiles, cuyo mayor servicio es originar soberbios atascos. La bicicleta es práctica y favorece el ejercicio físico, pero es barata y produce pocos empleos en comparación con otros trastos, así que la condenan nuestros gobernantes a que circulen por las aceras o salgan los domingos de paseo, cuando el tráfico es menor. Para salvar la cara se montan un servicio de alquiler a las orillas del río, que menos da una piedra, y así nadie puede decir que no se hace nada para mejorar el problema. Se trata de calmar la conciencia a base de parches para cubrir la ansiedad. La inflación galopa rumbo al 5%, los bancos endurecen las condiciones de cualquier préstamo y sobran más de un millón de viviendas en todo el país, pero como los paisanos tienen que vivir en alguna parte suben los precios de los alquileres. La Expo, a cierta peña, le está destrozando las gónadas y llega a pedir quinientos euros por una noche en un piso de sesenta metros de Fernando el Católico, donde no hay yacusi ni cama de agua y tampoco te dan un masaje tailandés. Los siete mil y pico currantes que están levantando el barullo de Ranillas jamás creyeron que por un chamizo de cincuenta metros tendrían que apoquinar más de seiscientos euracos en Zaragoza, no me extraña que estén comiéndose todas las horas que les echen para que el trabajo les resulte rentable. Como ya no hay plazas disponibles en los hoteles, los precios de los alquileres se disparan y los visitantes poco previsores encontrarán un panorama turístico similar al de Manhattan. Acojona pensar que después de la Expo se mantenga el cachondeo inmobiliario en tan alta estima, no hay salario que soporte un alquiler de tres mil euros mensuales. A no ser que inventen rápidamente un bebedizo que reduzca el tamaño de los sujetos y que en 70 metros quepan varias familias numerosas, apenas quedará dinero para ir al supermercado y comprar un pollo clorado. La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación advierte que los alimentos seguirán costando un ojo de la cara hasta el 2017. A no ser que se paralice la siembra de cereales con destino a los carburantes biodiesel y de paso se permita la producción de los temibles alimentos manipulados genéticamente, los ciudadanos europeos nos hartaremos de pollos clorados. Los yanquis los zampan así de toda la vida, con su salmonela y su campylobacter, el único problema es que después se suben a la azotea y descargan su ansiedad ametrallando a los vecinos.

Tecnoemocional

       No tenemos ni idea de los resortes que disparan nuestras emociones, de modo que a menudo nos encontramos atrapados en sentimientos confusos. Buena parte de la confusión nace de un profundo desconocimiento de la realidad que nos circunda. Creemos estar informados de lo que ocurre, pero sólo sabemos lo que nos cuentan los promotores y la publicidad, así que nos llevamos un chasco cuando la verdad se descubre y aparece sobre la mesa un bonito paquete que sólo contiene humo. Los europeos, allá en Bruselas, dicen que el asunto de los casinos de Gran Scala es un envoltorio de colorines y que difícilmente pueden juzgar como nefasto o permisible un montón de ideas pergeñadas al buen tuntún. Ya nos darán su opinión cuando exista algo, porque no hay más que videos en YouTube y no son críticos de cine. El gobierno de Aragón se ha gastado pues una pasta en anunciar una película que no empieza nunca a filmarse. Han escogido los exteriores, pero sin concretar dónde ni cuándo. Los actores no gozan de credibilidad y el director es un fantasma, no me extraña que los productores se resistan a invertir pasta en el meollo y que Súper Biel, ingenioso promotor de toda esta comidilla, no sepa ya dónde esconderse. No hay constancia oficial del supuesto proyecto porque es una nube en fase de definición. Nadie sabe si se evaporará en el aire o creará una tormenta. Gran Scala es lo más parecido a una espuma creándose en el plato del Bulli, pura cocina tecnoemocional. Mientras se fragua podemos hacer elucubraciones pero es de locos llevar al Parlamento Europeo el video de un ajolio presumiendo que pueda cortarse y provocar una salmonela a los comensales. Nadie ha visto la mayonesa de cerca ni se la ha comido aún. Tampoco hemos contemplado la tubería del Ebro, pero sí el socavón de kilómetros que la acogerá algún día y los tejemanejes que se lleva la Generalitat para permitir su construcción. Lo que en el caso de Gran Scala es pura ingenuidad, en la cañería del Delta es algo más que recelo. La gente sin visión ecológica piensa que en esta tierra creemos que el Ebro es de nuestra propiedad y que somos tercos y egoístas, pero no alcanzan a comprender que la tozudez maña tiene detrás una dimensión ecológica. El clima y el ecosistema del río están seriamente dañados. Aunque este país cumpliera a rajatabla el acuerdo de Kyoto, que no lo respeta ni de lejos, tendríamos que llenar de árboles las riberas y aún pasarían décadas para que el clima se pareciese un poco a lo que fue, porque su ciclo hídrico está hecho polvo. Estamos viviendo una primavera atípicamente lluviosa, desde hace más de veinte años que no se veía caer el agua de mayo de esta forma. De seguir en esta línea batiremos el récord histórico de 1946, cuando se cosecharon casi ciento cuarenta litros por metro cuadrado. La Expo recibe el impacto de otra crecida y el azud no puede cerrarse aún para probar la navegabilidad del río. Los dueños de las embarcaciones, que pretenden hacerse de oro a catorce euros el viaje de ida y vuelta y con suculentos alquileres para los que quieran montarse una farra abordo, no pueden probar los katamaranes. El espacio de aguas bravas está más bravo cada día que pasa la avenida y los mandamases de la Exposición Internacional enseñaron el Botijo —el Faro de las Iniciativas Ciudadanas— ayer a los periodistas para que viesen que no se hunde. Tampoco se hunde todavía el gobierno aragonés, que se ha reunido en cónclave para rogar que sigan las lluvias y no tengan que comerse el trasvase con patatas. Cuentan desde Madrid que en un par de días deciden si se hace o no el caño hasta Barcelona. Mientras tanto, el Ejército le ha concedido un premio al alcalde de Zaragoza, nadie sabe si en pago a la paciencia de la ciudad por acoger este año el día de la Fuerzas Armadas o por simple paripé. Las emociones, como el clima y la laicidad del consistorio, son inescrutables.

Delirios de grandeza

«Antes de sacar unos vehículos y unas unidades a la calle, tienes que asegurarte de que caben», indicaba ayer a la Prensa el coronel Ángel Cayún, inteligente organizador del macrodesfile que está preparando el Ejército en Zaragoza para el próximo domingo. Todo el gurigay está dispuesto a mayor gloria, como es obvio, de las Fuerzas Armadas. Aunque la ciudad sea estrecha y los tanquistas tengan pericia, durará este entuerto cerca de una hora larga, y eso que sólo discurrirá entre la plaza de España y la Puerta del Carmen. «El acto requiere una precisión milimétrica —apuntó el coronel—, porque concluye con una descarga de escopetería que coincidirá con el paso de la escuadrilla Águila sobre Independencia». A los militares les gusta provocar al cronómetro mientras insuflan espíritu patriótico a la ciudadanía, les encanta armar ruido y levantar gigantescas banderolas. Está previsto que desfilen casi medio centenar de aviones a trescientos metros de altitud, por eso llevan varios días ensayando a vuelo rasante sobre la céntrica avenida. No me extraña que los vecinos estén hasta las narices de aguantar la murga de los reactores. Total, para nada, porque los meteorólogos vaticinan un nuevo aguacero el primer día de junio, circunstancia que impedirá su participación. A ver si hay suerte y jarrea. Entre tanto los currelas, ajenos a los nubarrones que cercan la ciudad, siguen levantando el graderío que ocuparán los Reyes y su amplia parentela, disponiéndose además a crear una monumental maceta de un metro cúbico de cemento para sujetar la enseña rojigualda. Diecisiete metros cuadrados de españolismo tendrá el trapo que se izará primero en la plaza de santa Engracia y que luego llevarán hasta la plaza de Aragón, justo al lado del monumento al Justicia, que no pinta el pobre un carajo. Todo este derroche de tela viene a conmemorar la sandez de que aún tenemos soldados en España. La institución militar, al contrario de disolverse, va por el mundo entero repartiendo panecillos y para aplaudir su gesta necesitan hincar en la argamasa un mástil de casi veinte metros de altura. Hubiera sido más coherente —a dieciocho jornadas de inaugurar la Expo— que desfilasen las ONG a bombo y platillo por la ciudad. La bandera de las Naciones Unidas, de cien o doscientos metros cuadrados, que el planeta es más grande que la península, podría flamear en mitad de la fuente de la plaza de Paraíso (por lo simbólico del agua). En un alarde ya de buena fe tendrían que haber cambiado de fecha el Festival Folclórico de los Pirineos para hacerlo coincidir con el ensayo general de la Exposición Internacional, que la imaginación no tiene fronteras. Se han repartido sesenta mil invitaciones entre las empresas patrocinadoras de tan magno evento para hacer un ensayo general el próximo día 5 y como estarán de barro hasta las orejas lo mismo les hubiera dado adelantar el sarao al domingo. Los jefes de la Expo andan de los nervios con las obras y el agua que cae del cielo, hasta el punto de ser acusados de rácanos por las organizaciones de consumidores, de modo que se han visto obligados a admitir la entrada en el recinto de cantimploras, termos, bocatas y fiambreras. La Expo 2008, gracias a esta medida de presión sobre las autoridades, va a recuperar el tono popular y campechano que la caracterizó en sus inicios. O sea, que podremos zamparnos el bocata de chorizo mientras bailamos en Ranillas alrededor de los tótems, no será necesario morir de inanición. Ni de sed. La sed, en Cataluña, se ha establecido ya por decreto en 350 días de almacén, de modo que tiene que diluviar un huevo si queremos ver cómo cambian otra vez las leyes para no renunciar al trasvase. Aunque caiga la de Noé no se bajarán de la burra porque una cosa es sufrir delirios de grandeza y otra muy distinta es ser tonto. Sólo los tontos aguantamos estos paseillos militares sin el menor reproche, con el color que darían a las Ramblas…

«Fast Pass»

  Mientras los aviones a reacción sobrevuelan Zaragoza, el alcalde sale del Pilar bien enfundado en su banda roja y empuñando el bastón de mando, lo que provoca pitos entre los laicos, que están hasta el gorro de soportar la confusión entre las instituciones públicas y los negocios religiosos. La obligación de asistir a la procesión del Corpus Christi para todos los concejales del ayuntamiento se saldó ayer con las bajas de CHA e IU, pero el resto de los políticos cumplieron las normas como jabatos, señal inequívoca de que les mola darse el pingüe entre los curas y se sienten muy orgullosos de ejercer como católicos. Los demás, aunque no puedan colocarle una vela a la Virgen, siempre les quedará el recurso de ir a los tótems que instala la Expo en Ranillas. Los mandamases de la Exposición Internacional están llenando de tótems el meandro para que los indios tengamos algo que adorar durante el verano. Nadie ha visto ninguno todavía, de modo que los imaginamos a la antigua usanza, labrados en madera, al modo sioux o en plan esquimal, sin embargo son distintos. Los que saben de tótems, cuentan que son kioskos electrónicos, igual que los cajeros automáticos, y que expenderán reservas para acceder a los pabellones. A la burguesía maña las colas les echan para atrás, de modo que han organizado un tingladillo de tótems para despistar a los indios y que hagan fila en otra parte. La gente guapa, los vips, conseguirán los tickets de una forma menos descarada, todos sabemos que no les gusta dar el cante mientras se cuelan al populacho. El follón y las aglomeraciones se darán por lo tanto alrededor de los treinta tótems, donde estaremos dando gritos y botes el pelotón de los nadies. Sólo tendremos derecho a una reserva, para evitar de esta manera nuestra tradicional tendencia a la picaresca y si queremos ver otro pabellón estaremos obligados a sobar de nuevo el tótem. Nos vamos a pegar la Expo de tótem en tótem, espero que les pongan nombre y representen distintas deidades para eludir la deslocalización y que los niños no se pierdan. A la impresentable idea de llenar de tótems la Expo la denominan los técnicos «fast pass», que es más chachi porque anglosajoniza las filas y sacraliza tecnológicamente los coladeros. Servidor, que se cree ciudadano del mundo, ha pedido a Naciones Unidas un pase eterno. De esta manera me evitaría tocar chufa contínuamente. En la casita de chocolate, o lo que es lo mismo, en la Casa Solans, me han dicho que ya veremos y mientras tanto me imagino perdido en el jeroglífico de los tótems para coger la vez y perder los nervios, porque el invento de los tótems está pensado para que nos gastemos el sueldo en entradas y amorticemos rápidamente el evento. Se hace por nuestro bien, como siempre. Siempre que se planea algo en nuestro beneficio es peor de lo que había. Si de verdad quieren evitarnos las filas, que conviertan los ordenadores en tótems y podamos acceder directamente desde casa para reservar nuestra entrada al sitio que nos guste. Pero tanta democracia directa es un problema insalvable, por eso nace el «fast pass», que es una mala réplica de coger número en la pollería. A punto de que se suiciden los artesanos sirios que montan la noria mesopotámica, porque llueve cuando le viene en gana y lleva así desde mediados de mayo, los jefes de Expolandia se comen las uñas y bailan alrededor de los tótems para que salga el sol y se pueda acabar todo el circazo. Hasta los catalanes se dan cuenta de que los embalses están a punto de llenarse y que lo mismo tienen que salir en procesión para que deje de caer el agua.

Eclosión

  Cuando un acontecimiento me desagrada profundamente siempre me queda el recurso infantil de aguardar una respuesta adecuada de la madre naturaleza. Espero que llueva y a ser posible que granice a conciencia porque la invasión del Parque Grande por el Ejército, a falta de otras opciones, merece al menos tener a la climatología en contra. No hay peor proselitismo que aquel que se realiza con el beneplácito común y bajo el paraguas del gobierno. La captación de futuros profesionales alcanza cotas muy tristes y empobrecedoras cuando tenemos la desgracia de observar a un niño subido a un carro de combate y queriendo emular a sus mayores. La guerra es el peor ejemplo que podemos ofrecer a la infancia. Una sociedad que no entienda este concepto sin duda sufre una enfermedad irreversible. La simple visión de los tanques Leopard en un espacio tan civil como un parque tendría que causar espanto en la población. Contemplar estos artefactos mortales junto a los enormes pitosphorum en flor, no es sólo un contrasentido poético sino un exceso inaguantable. Prefiero que monten cuarenta mercadillos ambulantes y lo dejen todo hecho una pena a que los soldados levanten sus tiendas de camuflaje para jugar entre plataneros. Tanto exhibicionismo debería provocarnos sonrojo. Que se celebre la jornada de las fuerzas armadas la semana que viene no es excusa para un alarde de estas características. Supongo que esta es la razón por la que los Reyes se pegarán tres días en Zaragoza: hay muchas chuminadas que visitar y para llegar a todas vendrán también los principitos, a los que enseñarán los Goya y la Expo. La Casa Real al completo asistirá después como colofón al magno desfile militar en el paseo de la Independencia. Con su escuadrón de Sables de la Guardia Civil, su Infantería de Marina y su Bandera de la Legión, cabra incluida, la ciudad estará prácticamente tomada por los F-18, los F-1, los Eurofighter y los Harrier de despegue vertical. Rasgarán el cielo las patrullas Águila, los helicópteros Cougar, los Tigre y hasta los Colibrí. No sé qué habremos hecho para merecernos esta juerga, igual nos quieren colocar la nueva sede de la OTAN y este ruidoso batiburrillo no es otra cosa que un test de tolerancia. Quién sabe. En cualquier caso, y para que nos vayamos acostumbrando, el Estado Mayor de la Defensa ha repartido con los periódicos un croquis del suplicio. No va a ser el único, claro. Al caos en la circulación de los autobuses municipales se suman las más de setenta obras que todavía están en marcha y que inaugurarán los políticos durante estos días. El concejal de infraestructuras recordó ayer que el fenomenal barullo que estamos viviendo es una tontería en comparación con los momentos cumbre de casi trescientas faenas ejecutándose de manera simultánea que hemos aguantado hace unos meses. Ahora, a su dicharachero juicio, sólo resta la eclosión final. Así que disfrutemos de la crisálida o del capullo mientras haya tiempo, que después será inútil quejarse. Como muestra, valga un botón. Los mandamases de la Expo han advertido que no se podrá entrar en el meandro de Ranillas ni sólo un bocadillo. O se viene comido de casa o se apoquina en el interior. Las fiambreras, las cantimploras y las botellas de agua estarán prohibidas y sólo dejarán fumar en las zonas habilitadas al efecto. Las colas, por ejemplo, estarán libres de humo, igual que las actividades infantiles. Es curioso que puedas echar un cigarro mientras columpias al nene entre las tanquetas militares del Parque Grande y no se valga en la Expo. La Expo tiene ya un tufillo hipócrita y negociante que es de lo más desagradable.

Distonía

    A la burguesía aragonesa, y entre ella a sus políticos, no les apetece nunca sentarse a negociar las demandas laborales. Los trabajadores se ponen muy pesados pidiendo y si los que mandan tuercen el brazo creen que algún día se quedarán con el muñón colgando, así que prefieren hacerse los remolones y soñar que los conflictos se arreglarán solos o que caerán en el olvido. Con el transcurso del tiempo, a lo que no se le busca arreglo acaba saliendo a flote y la policía, que es la niña mimada del consistorio, sigue tensa y termina por encerrarse. Nadie sabe lo que pretenden, igual desean tener un sueldo de concejal, que es lo único que les falta por conseguir. Se fueron a ver el V Encuentro de Seguridad en la Feria de Muestras y volvieron con los dientes largos. A la poli local le gustaría ser municipal pero con salario de la UC Globe, que es la nueva empresa española que pretende montar ejércitos privados en el extranjero. Igual que los yanquis en Irak, sólo que en Somalia o Namibia. Los locales han venido enamorados con los ejercicios de rapel, los simulacros de combate y el asalto de edificios. Hablaron con los geos, los ertzainas y los mossos d’ Escuadra, y ahora están que no caben y rojos de envidia. Las limpiadoras de los hospitales también se pondrán en huelga desde el día 9, aunque no hayan asistido a ningún congreso ni tengan la fuerza de irrumpir chillando en los plenos como hacen los guardias para pedir lo suyo en plan kale borroka. Incluso los médicos de refuerzo, casi un centenar, se negarán a hacer sustituciones si no llegan a un acuerdo con el gobierno aragonés la semana que viene. Los conductores del autobús municipal, por otra parte, hartos ya de que se les ningunee, van a efectuar paros los sábados y los domingos para abrir boca y hasta los pastores se han lanzado a cruzar el Puente de Hierro en Zaragoza, camino del Pirineo, utilizando la antigua cañada. El petróleo está por las nubes y no se pueden permitir el costo de transportar las ovejas en camiones. Cualquier día les da la tarantela y arramblan por mitad de la Expo. Es lo que hay. La peña se da cuenta de que los sibaritas se están calzando las botas y que hay pasta por un tubo, de modo que reclaman su parte del pastel. Intentando arreglar todos los desaguisados a la vez, el ayuntamiento acaba de comprometerse a construir el nuevo campo de fútbol en san José, independientemente de que el equipo haya caído a segunda o rebote hasta tercera división. Los curas aportan su granito de arena al follón empeñándose en quitar las velas del Pilar, que dicen que están muy pasadas de moda, mientras montan alrededor de la Basílica un tinglado de focos tan salvaje que lo mismo confunden los extraterrestres la plaza de las Catedrales con un aeropuerto estelar y vienen a visitarnos desde Andrómeda. Los zaragozanos se siguen asomando a los pretiles de los puentes y lo ven todo muy apiñado, con demasiadas preturas. Se dan cuenta de que la Expo es de Pin y Pon, abigarradísima, de modo que tendremos que adelgazar para entrar de canto por las puertas. De hecho ya no hay entradas para julio y agosto por internet, las que se compren serán para septiembre y no se terminan las obras. Para llegar por los pelos, y en plena recesión económica, el gobierno aragonés concedió ayer mismo un aval de treinta dos millones de euracos a los organizadores del evento, hipotecándonos a todos hasta más arriba de las cejas. No me extraña que los minipisos de treinta metros para los estudiantes no se vayan construir hasta el 2011. O que la Renfe no termine nunca el ramal de cercanías entre Utebo y el Portillo. Están con las zanjas abiertas y ni siquiera saben cuándo ni por dónde. Es normal que los neurólogos hayan detectado que el 6% de los aragoneses padece una enfermedad nerviosa, la distonía. Semejante dolencia contrae cualquier músculo del cuerpo, lo mismo en plena jeta que en el cuello. A este gas surgen tensiones por todas partes.

Montar el cirio

El Cabildo Metropolitano ha organizado un escándalo con los cirios y los beatos están que se suben por las paredes. La posmodernidad y el negocio desembocan en el Pilar gracias a la Expo y a la peña le parece el colmo, por eso se subleva. Si existe una tradición cómoda y casi pagana, cuya mayor expresión es ponerle un cirio a la Virgen, los zaragozanos se niegan a echar unas monedas en un cajettín para encender en su lugar una luminaria eléctrica, que será todo lo limpia y ecológica que quieran pero que no conlleva el menor esfuerzo. El que acude a la Basílica para implorar un deseo a lo más alto se deja caer por el Pilar como último recurso y cuando no queda ya la menor esperanza, de modo que tiene que pasar la vergüenza de comprar una vela del tamaño y altura del milagro que espera en una tienda de los alrededores, encajarla con las demás y vigilarla hasta que se consuma para que no le birlen la gracia que ruega le sea concedida. Es un gesto simplón, pero ¿qué merito tiene encender el interruptor de una lámpara que podría estar en tu dormitorio o en la cocina? Hasta aquí podríamos llegar, es evidente que entre una bengala y una antorcha cupieran las dudas, pero entre una bombilla y un cirio no hay color. Es otro símbolo popular que se pierde. Y van cientos. Entre las orgásmicas carreras para tocar chufa en la Expo se cuelan de rondón cantidad de chorradas y la última es la desaparición de las velas, el final del fuego y las llamas del Averno en la casa de Dios, que alcanzan las maravillosas obras de Goya estampadas en las cúpulas. El Clero sabe que llegarán multitud de turistas a echar fotos del techo, del besuqueo en la Santa Columna, completamente erosionada tras siglos de colocar allí millones de morros, y que no estaría de más que aflojaran la mosca en el altar de los deseos. Sin salir a comprar el cirio, que no hace falta. Es cuestión de echar unas monedas en el cepillo para que se encienda la lámpara de Aladino en versión cutre y católica. En lugar de mandar al reciclaje las espoletas y las bombas de la guerra civil que tienen colgadas en la Basílica, para escarnio de los republicanos y recuerdo de lo malos que eran, los curas prefieren quitar las velas porque son un engorro y lo ponen todo perdido de cera. Quieren hacer caja y controlar el monopolio de los óbolos. Colocar un segureta al lado del velorio, para ver si has pagado por prender tu propio cirio, les sale por un riñón. Lo electrónico es más barato, aunque pierde todo el mérito y resulta demasiado impersonal. Pero así es la tecnología. Los políticos maños y los empresarios de la tierra están muy preocupados con este asunto de los cirios en apariencia tan baladí, no vaya a ser que el obreraje, en vez de colgar una vela a la Virgen, como hacía hasta hoy, para ver si le suben el sueldo o el real Zaragoza no baja la próxima temporada a tercera división, se líe la manta a la cabeza y acuda directamente a dar leña a los responsables de cada cuestión, que es más práctico. El milagro era pasto de los sueños más ingenuos y ahora precipita eléctricamente, lo que no es bueno para las estructuras más rancias. En el mundo de los adultos, lo más parecido a la carta de los Reyes Magos es poner una vela a la Virgen del Pilar. La gente va allí con su cirio a que la Justicia le mueva unos papeles o a que el Gobierno y los catalanes entren en razón y no se lleven el Ebro hasta Barcelona. Es algo así como la ventanilla de Dios en Mañolandia y se ensimisman viendo la llama hasta que les da una lipotimia, entonces les echan en la cara un poco de agua bendita y los mandan para casa. Si no tienen con qué obsesionarse les puede dar por cualquier cosa. Y es un peligro.