Pisando sangre, regalando millones

  El Gobierno de Aragón, de la noche a la mañana, nos ha convertido en socios de la General Motors. Socios de pacotilla, claro. Las razones aparentes son obvias, que la gente que trabaja allí no se quede en la calle, de modo que le va a soltar doscientos millones de euros en préstamos para que fabriquen el Meriva. El Meriva no será un vehículo propulsado por hidrógeno o electricidad, lógicamente a los políticos estas chorradas les traen al fresco. Lo importante es que la tribu no se suba a la parra. Menos mal que la GM no fabrica misiles de última generación, ¿o sí? ¿Daría lo mismo exportar un tierra-tierra que un Meriva? ¿Y por qué no? Cuando consigues un talegazo de pasta a bajo interés —al 4,5%— y en épocas difíciles, lo lógico es hacerse con una parte del negocio o exigir a cambio una potente contraprestación. Los empresarios no son generosos, actúan por interés, conviene pues que no te tomen por tonto. Cuál es el interés de don Marcelino, ¿fomentar la iniciativa privada, cubrirse las espaldas o que no le lluevan chuzos de punta? ¿Dónde acabará la pasta? Igual termina en Chicago, que no es una pedanía de Figueruelas, pero nadie podrá decir nunca que don Marcelino no lo intentó. Y mucho menos antes de abandonar su carrera. Así son nuestros políticos, ponen el maletín sobre la mesa y la partida de naipes no ha hecho otra cosa que comenzar, para que no se diga que van de farol o juegan sucio. La GM podrá seguir haciendo coches aunque nadie los adquiera, es cuestión de tener a la población ocupada y a los accionistas contentos. Los negociosLos negocios son una ONG que se dedica a crear empleo. O a chantajearnos con destruirlo, que es el colmo. Todavía no entiendo por qué una fábrica de magdalenas resulta menos importante que una de automoción, tal vez salvaguardando todo el tajo en un sólo sector de la economía parezca imposible su hundimiento. Pero se me antoja un riesgo excesivo apostar los ahorros del futuro a un sólo jardín. ¿Cuánto abono necesita para no irse a pique? ¿Cuánto más se le dará si aún con todo no sale adelante? ¿Lo que haga falta? Me temo que sí. Y los accionistas de la GM lo saben, por eso pedirán más.
   Abriendo nuevos andurriales económicos se largó la presidenta de la comunidad de Madrid hasta la India, país con silla propia en el G-20. La aristocracia política penínsular se pasea por el mundo acompañada de empresarios y ejecutivos, buscándoles negocio de ocasión, recalando en hoteles de cinco estrellas y múltiples cometas. Ahora vienen de diciendo que Asia no es como la pintan. A la cúspide del lujo oriental llegan los desasosegantes disparos de las metralletas, las explosiones de las granadas de mano por los pasillos y te descubres pisando charcos de sangre. Los políticos y los empresarios europeos no están acostumbrados a jugarse la vida, se desencajan, se paralizan, piden auxilio y huyen. Son mortales. La India no se parece a sus despachos, ni siquiera cuando se registran en sus mejores hoteles, no me extraña que acaben regalando el dinero a las multinacionales para que no cunda el pánico. La pobreza y la miseria son la antesala del caos, y en el caos no se respeta nada. No les gusta verse atrapados ni al borde de la muerte, es una sensación incómoda. Sin embargo, en la supervivencia pura y dura se aprende de una manera eficaz lo que significa la existencia. Hay personas que, tras superar momentos muy duros, abren los ojos a una realidad distinta. Despiertan. Creen de pronto que es imposible encogerse de hombros o seguir maniobrando como si nada hubiese ocurrido. Desconozco si los empresarios y políticos que viajaron a la India y sin comerlo ni beberlo se vieron envueltos en circunstancias tan peligrosas llegarán a conclusiones distintas de las que en un principio les hicieron viajar tan lejos. La globalización y el libre mercado no es un fenómeno que ocurra al otro lado del mundo, es algo que te asalta allá donde estés. Acciones y medidas que se toman a miles de kilómetros pueden tener efectos en las personas que viven al otro lado del globo, así que hay que ser responsable. Asumir las consecuencias de los actos. Es muy humano contar delante de un micrófono lo que te has tenido que comer para salvar el pellejo, hasta resulta conmovedor. Quienes ocupan un cargo público, sin embargo, tendrían que estar en disposición de comprender que las sociedades occidentales han colaborado durante décadas a que la realidad sea precisamente así de temeraria y desagradable. Pisando sangre o regalando millones no se transforma ni se cambia, se continúa por la misma senda confiando en que el tiempo arregle los destrozos. Esperando a que se resuelvan las cosas sólo se complican los problemas. Huír o poner parches son la cruz y la cara de la misma moneda.

Anuncio publicitario

Quien a hierro mata, a hierro muere

   Un día antes de viajar a Barcelona, y por los pelos, nos reunimos en el comité local de la calle Conde de Aranda y pude conocer por fin a los cincuenta y siete componentes de la temida «base del partido», gentes de muy variado pelaje, de mentalidades, creencias y filiaciones diferentes, cuyo único y común denominador era quitar de enmedio al zutano que había ninguneado a una persona capaz, amable y con sentido del humor. Si la venganza es un plato que se sirve frío, en esta ocasión era un tormo de hielo. A esta mujer, por supuesto, la tenemos calada y sabemos del pie que cojea. Le gusta ir de frente pero no le dejaron otro camino que ir de costado, así que iba la pobre de tranquilizantes hasta las cejas. Ya pasó el mal trago y puedo considerarme liberado de la carga moral que representa estar afiliado a un partido que no me convence. Aunque estoy dispuesto a entrar por un tiempo en los que haga falta, siempre que haya que apartar de la poltrona a los que se resisten a soltarla o la utilizan en beneficio propio, que son legión. Si jugásemos de vez en cuando a este juego tal vez las cosas funcionasen de otro modo, pero tampoco es cuestión de volverse un ingenuo. La inocencia es un elixir que hay que beberlo a sorbitos. Aunque la experiencia ha sido positiva y es fácil cogerle el gusto a participar en el desmontaje de mecanos, durante un buen tiempo espero no repetir… La conciencia duele.
   Todo ocurrió el pasado jueves día 20 de los corrientes. Habíamos hecho una quedada previa en un garito de la plaza de toros. De alguna forma asistiríamos a una corrida y era menester rodearse de banderillas, estoques y demás aderezos taurinos, para pillar la onda política. Una onda en la que estamos pez. Hasta entonces los ciudadanos de la célula en cuestión que yo conocía podían contarse con los dedos de las manos y me sobraban articulaciones, pero pronto me di cuenta que iba a emparentarme durante unas horas con individuos sin afectaciones ni mierdecillas, medio centenar de personas frecuentes y bien dispuestas a colaborar en la dulce tarea de la limpieza. Hubo saludos, risas y olía a clandestinidad. La inmensa mayoría de los presentes nunca había estado en el tenderete que se montaron los socialistas hace unos años en pleno centro de la ciudad y reinaba cierta expectación entre la concurrencia. La verdad es que no defraudó. Menuda cucada de localito. Qué moñoño, cuánta madera noble y qué acabados en el diseño, por favor, si casi daba grima desplazar los zapatones por el suelo. Como era de esperar, y triunfando de primeras, me pitó en el escáner la mochililla de cuero. Íbamos entrando en la sacrosanta capilla de Pablo Iglesias en subgrupos de diez, por aquello de no dar el cante, así que tampoco me cachearon contra una esquina ni me llamaron a capítulo. Era cuestión de no crear aglomeraciones e ir flanqueando el paso a los que aún estaban en la calle. Una vez dentro me entraron ganas de conocer los retretes. Es muy importante visitar el váter, que es como un libro abierto en cualquier vivienda. ¿Estaría enlosado con mármol de Carrara? Jamás lo sabré. Eran casi las siete y media de la tarde, llegábamos con el tiempo justo a la segunda convocatoria y en la puerta del salón de reuniones nos fueron pidiendo la documentación, así que no tuve la posibilidad de entretenerme con los azulejos del servicio de caballeros. En la mesita de control, habilitada para tomar los carnés y verificar a los correligionarios, encontré a una de «las jurisprudentes» de la célula . Tener colocado a alguien de confianza en las zonas clave es de sumo interés, no vayan a darte gato por liebre.
    Como era de esperar, mi nombre no figuraba en la lista general de asistentes. Siempre fui una incidencia, no hizo falta que me lo recordasen. El certificado que llegó de la capital del reino autorizándome el paso y la votación posterior me esperaba tan rícamente. Escribieron mi nombre a bolígrafo y entré a formar parte de aquel ilustre rebaño que paseaba los pies por la moqueta azul. Un color muy aristocrático para tratarse de una agrupación progresista, pero muy socorrido a la hora de pasar el aspirador. Me topé con Carmen Solano por allí, concejala de cultura de cuando un servidor hacía teatro. Incluso vi en su salsa a las huestes del supremo Pérez Anadón, exgobernador civil y teniente de alcalde. La pregunta en ese instante no era otra que apostar por una buena localización. ¿Dónde nos colocábamos? La sala tendría una capacidad para trescientas personas aproximadamente. Subía desde el estrado hasta el fondo en una inclinación del diez por ciento y pensé que las últimas butacas serían las más animadas durante el espectáculo. Además estaban libres. Por un instante razoné si merecería la pena aproximarse lo más posible al espacio donde presumiblemente se desarrollaría la acción principal. Es decir, lo más cerca posible de la pareja que, políticamente hablando, se iban a «pasar a cuchillo». La táctica era muy simple. Se trataba de presentar una única lista a la dirección de la agrupación local, encabezada por el tipo que pretendíamos desbancar de la poltrona. Sólo que él desconocía el ardid. En su prepotencia confiábamos todos. A última hora, en el último segundo, la lista presentada sería otra muy distinta. Una lista, por supuesto, donde no estaría su nombre sino el de la persona a la que había estado tomando el pelo durante años. Sería traicionado de la misma forma que empleó este sujeto con las listas para las Cortes de Aragón. Es un tema clásico en política: quien a hierro mata, a hierro muere. Supuse que ver su careto de cerca, cuando se descubriera el pastel y se llevara la mano al pecho, constituiría un puntazo. De hecho me fijé en que algunos componentes de la célula, no sé si por morbo o por si entraba dicho sujeto en perrenque y había que sujetarle, se habían apostado a una distancia moderada del interfecto. Ni muy cerca ni muy lejos. Desde allí asistirían a la puñalada trapera en butaca de patio. Deduje que no era un buen plan arremolinarse formando escuadrillas, quedaban vacíos los asientos de la clá y engordar la grada es una tarea sencilla pero fundamental, así que pasé al fondo y al sentarme me llevé las manos a la sesera. Había olvidado la máquina de fotos y los prismáticos, un desastre. Este olvido, en cambio, me ayudó a concentrarme y cuando más tarde insinuó un zutano que iba a impugnar la votación me levanté como un poseso a aplaudir en su contra, tarea a la que se unió la célula en su conjunto como si tuviéramos todos el mismo ADN, impidiendo así cualquier maniobra rastrera. No fue un momento cumbre, al menos en sentido estricto, pero con la cámara y los prismáticos en la mano hubiese sido menos efectivo y espontáneo. No hay mal que por bien no venga.
   De todos modos fue más simple de lo que creíamos. Se constituyó la mesa con una persona de confianza —para contar bien los votos— y se pidió a la concurrencia que presentara las listas. Se levantó un miembro de la célula con el folio en la mano y lo entregó en el encerado. Cuentan que en ese momento, cuando alzábamos todos el cuello buscando la jeta del nuevo cadáver político, la jefa de la célula descubrió sus cartas al interesado, el cual se sentaba codo con codo a su izquierda, y el mengano se quedó lívido de la impresión. Quien siembra vientos recoge tempestades, así es la vida. Llega un día en que Mickey Mouse le da la puntilla al Tío Gilito en su propia jeta y la peña se queda boquiabierta. «¿Alguna lista más?», preguntó el vocal de la mesa por el micrófono. Hubo cierta confusión entre los afiliados. No alcanzaban a comprender por qué se pedía otra lista, ¿no bastaba con «la de siempre»? Pues por una vez, y sin que sirva de precedente, harían falta dos. Rápidamente se cruzaron cuchicheos, papelitos de un lado a otro del salón de reuniones, y se empezó a escribir a bolígrafo la lista de los competidores. Había 89 personas dentro del edificio y nosotros éramos 57. Fue divertido verles sufrir…

Misteriosos arcanos

   No me explico cómo el alcalde continúa apoyando la medida inconstitucional de que presida los plenos un sujeto de muy dudosa existencia histórica enclavado en una cruz. Y con qué mala baba, además, justifica su presencia en un lugar público. Dicen que nuestro edil está depre y actúa sin embargo como si le fueran a sacar las muelas del juicio en el dentista. Esta manía suya de ir a las procesiones y demás zarandajas católicas enfundado con la banda consistorial a lo largo de toda la pechera, o de intentar que los concejales cumplan encima con tan ridículos «deberes», deberes que él tan campechanamente asume, acabó ayer durante el debate del estado de la ciudad en un lamentable cambio de impresiones con el jefezuelo de la Chunta. Es absurdo, intelectualmente hablando, que los elegidos en las urnas juren su cargo delante de un símbolo religioso. Este juramento no les obliga a nada. Es aconsejable que lo hagan sobre la Constitución, que es una ley de obligado cumplimiento y que les responsabilizará en los tribunales si se descubre en el ejercicio de su cargo alguna activlidad delictiva. Que venga dios, alá, buda o Blancanieves y los siete enanitos a dar candela a sus conciencias resulta un atavismo que debería traernos al pairo. Si al lado del crucifijo en cuestión colocasen a un señor gordote con las piernas cruzadas o a cualquier otro arcano, aún tendría cierto sentido respetar su presencia. Podría ser una medida coherente que donde cabe un símbolo pudieran incluirse todos los demás, es cuestión de habilitar un belén anexo donde los animistas adoren a la General Motors por la fabricación de automóviles o los amantes de la magia negra puedan hacer vudú. Allá cada cual con sus monsergas. Lo que resulta ridículo es que se mantenga un sólo símbolo por la fuerza. Ver al Capitán-Tan del socialismo municipal, el señor Belloch, otrora biministro de Interior y Justicia con el ínclito Felipe González —que acaba de cambiar de novia—, diciendo que no retirará el crucifijo y añadiendo por toda razón la clásica coletilla del «y punto», me abre las carnes de la pena. Qué bajo está cayendo el PSOE, por favor.
  No terminó ahí su retahíla. Fue más allá de la cordura política afirmando que «si cualquier partido de la oposición quiere que se elimine dicho símbolo de la sala de plenos tendrá que acudir a los tribunales, donde un juez dictará sentencia definitiva en doce o quince años». Como los de la Chunta elevaron su propuesta a votación, el alcalde cerró filas en su grupo con una amenaza: «Ya saben todos lo que pienso. No tengo ninguna duda de que ‘mis’ concejales votarán siempre lo mismo que su alcalde, ¡faltaría más!». Y así fue. La derecha en su conjunto —PP, PAR y PSOE— votaron a favor de mantener en su sitio al señor de los clavos y el resto —Chunta e Izquierda Unida— en contra. El alcalde no admitió que se votase en secreto, no fuera que se le despistara alguna oveja del rebaño, y aquí paz y después gloria. No sé a ustedes, pero a mí esta actitud del alcalde me parece tan irritante como la de Peta Zeta, el jefe del Gobierno, con el triste asunto de la Memoria Histórica. Ayer mismo, durante la sesión de control en el Congreso de los Diputados, soltó que va siendo hora de «arrojar al olvido a los que promovieron esta tragedia». Y se quedó tan ancho. Es más, se congratuló de que «se recuerde cada vez más a las víctimas y se olvide al dictador». Hasta los de Convergencia i Unió se pusieron como una moto al escuchar semejantes ripios, que ya es decir mucho, porque económicamente son igual de carcas. La diferencia es que no olvidan su propia memoria histórica, así que no se condenan a repetirla. Los socialistas, en cambio, no pillan que tarde o temprano vendrán las elecciones —es así de tonta la democracia— y que lo único que les separa del PP es precisamente la ideología. Sin ideología, es decir, con la misma que su oponente, acabarán en la oposición. Se lo están labrando a pulso, porque aquellos que les votaron para evitar el mal mayor de los conservadores no están dispuestos a seguir tragando con esta mentalidad rancia en un partido que dice ser progresista. Están obligados a demostrarlo. Encogiéndose de hombros o arrojándose piedras contra su propio tejado se están haciendo mucho daño a sí mismos, hacen el caldo gordo a la oposición y no se dan ni cuenta. Así que volvemos a estar donde estábamos. No queda más remedio que entender al PSOE como un partido tan involucionista como el PP. No son hipócritas, no intentan captar votos entre el electorado del PP, igual es que son así. Que les mola ser como son. Tal vez en un juzgado se tarden quince años en quitar un crucifijo o abrir una cuneta, pero con este sistema electoral sólo se tardan cuatro en perder una poltrona. Allá ellos.

El alcalde está triste

  Al alcalde le falta un chupito de ciripolen, complejos vitamínicos o un reconstituyente. Está de bajonazo. Con lo que ha sido este hombre da pena verlo. Al ilustre vecino, en cambio, le ha sentado de perlas ser cronista oficial de la Expo, porque se ha quitado casi treinta kilos de encima y parece un figurín. Las malas lenguas aseguran que el guirigay que se ha montado con la mesa de oro y brillantes en el antiguo seminario —donde ahora está el nuevo consistorio— le va a costar a nuestro edil una úlcera sangrante y dolorosa. Se hace responsable de la mesa, de las sillas y de todo lo que haga falta, pero echarse a los lomos tanto dispendio lo coloca en el ojo del huracán. Ya lo veo dando excusas otra vez en un futuro, porque tarde o temprano seguirán apareciendo maravillas y tendrá que apechugar. De la Exponabo 2014 no dijo ni Pamplona, se limitó a buscar spónsor. A la tarea de encontrar empresa que apadrine el follón nuestro alcalde la denomina «iniciativa privada». Todavía no se da cuenta el señor Belloch que los negocios privados están de capa caída, que no funcionan durante la época de vacas flacas, que hay que remangarse la camisa de nuevo y comerse el marrón hasta los codos. El público se pasó el discurso contando las veces que repetía según qué palabras y cayó en la cuenta de que no hacía otra cosa que ordenar los papelitos del estrado constantemente. O le dijeron que pusiera cara de circunstancias, porque la crisis es mala de veras, y que así, en plan sosón, igual no le hacían pupa, o es que tiene el hígado de paté. Igual lleva encima un dolor de muelas de aúpa. El caso es que no mola ver a los políticos, y menos al alcalde, hechos unos zorros. Nos acostumbraron a contemplar ese aire jacarandoso, socarrón y garcipollero, de pronto nos aparece el hombre desencuadernado y nos llevamos un susto. ¿Tan mal está el panorama? ¿Qué tendrá el alcalde que está tan triste? ¿Qué tendrá «la princesa»?
   ¿Venía a dar malas noticias? Por ejemplo, que la oferta pública de empleo se congela, que el gasto corriente se reduce y que la venta de suelo está en el alero de la crisis. Cualquiera sabe que a dar malas noticias no llega uno feliz como unas pascuas.  Lo lamentable de su aparición es que todos lo sabíamos de antemano. Sin novedades en el frente y sin imaginación para salvar este mal trago recurrió al tópico de la «iniciativa privada». Una iniciativa que brilla por su ausencia en esta tierra, a no ser que haya pasta que llevarse al bolsillo. Según los comentaristas, el alcalde dedicó una cuarta parte de su perorata a cantar las loas de la Expo anterior. Se atrevió a afirmar que en el primer trimestre del año que viene la deuda quedará definitivamente saldada y que a cambio hemos levantado una ciudad que ni en un cuarto de siglo habríamos podido construir. Pues muy bien, ¿no? ¡Adelante con los faroles! Sin embargo le faltaba cuajo al desgranar sus éxitos, iba de bajón, como si le faltaran unas vacaciones o les estuviese alguien haciendo un chantaje. Sin punch y con pegada tonta, el alcalde se metió en el clásico baile de los millones de euros para el tranvía, Arcosur, el nuevo campo de fútbol, el parquecillo empresarial de Ranillas, los ya clásicos aparcamientos bajo tierra, la Milla Digital, el Caixa Fórum de la vieja estación de El Portillo, el Puerto Venecia 2 y se marcó el requiebro de un hospital privado en san Gregory, todo muy fetén pero al trote y a la remanguillé, como si le hubieran ofrecido el ministerio de obras públicas y tuviese que tragarse la noticia hasta la próxima renovación del Gobierno. Como si estuviera a punto de divorciarse o sufriera las hemorroides en silencio. La peña se miraba y no entendía la razón de tanta tristeza. ¿Acaso el alcalde se siente un incomprendido? ¿O es que después de tanto trajín con la Expo necesita un kilo de revitalizantes? Quién sabe. El debate sobre el estado de la ciudad no concluyó en plan triunfador, apostando por la capitalidad de España o la de Europa, sino que derivó en algunos chascarrillos sobre el sentimiento personal de quien lleva la vara de mando. A micro abierto, el alcalde aseguró al concejal más próximo que le «iba el papel de reina madre», y que como tal se sentía capaz de asegurar que una ciudad como Zaragoza, que ha jugado con la Expo entre los campeones, difícilmente se conformará con un puesto de segunda división. Igual nos sorprende un día calzándose los pantalones y dedicándose al fútbol o se convierte de pronto en el flautista de Hamelín. Igual está más solo que la una y en todo este tiempo lo único que ha conseguido entre los suyos es que le cojan inquina. Todo es posible.

Las privatizaciones

   Cualquier gestor sabe que las instalaciones deportivas son rentables. Unas más que otras, claro, es cuestión de ser riguroso con las cuentas y no dejarse llevar por alegrías insustanciales ni decadentes proteccionismos. La municipalidad de nuestros conglomerados deportivos será un negocio más o menos bollante según la intención y las medidas que se apliquen. Hay una corriente privatizadora en nuestro consistorio que denuncian los sindicatos y callan los políticos. Detrás del intento de convertir una instalación pública en negocio privado existe un interés particular, lo que desde antaño se denomina amiguismo. Precisamente porque un centro es rentable acaba regalándose a una empresa privada. Así de simple. La maquinaria de este tipo de negocietes nos cuesta un ojo de la cara y en época de crisis los dos. Toda esta sandez empezó con la triste época del felipismo, donde se hizo especial hincapié en señalar que una serie de empresas públicas funcionarían mejor si estuvieran en manos privadas. Para hacer más digerible esta medida al conjunto de la población se manipularon las mentalidades más rancias, aquellas que favorecen una mirada tradicional en contra de los funcionarios. En Madrid, donde la privatización ha llegado hasta la médula, los usuarios siguen creyendo que las instalaciones regidas por empresas privadas continúan siendo públicas. ¿Por qué? Porque sus trabajadores «parecen» funcionarios, porque se advierte un deterioro progresivo en los centros y porque encima los precios de acceso son más caros.
   Hablar de privatizaciones es sinónimo de pelotazo. Nada funciona mejor porque lo manejen los amiguetes de alguien, no seamos ingenuos, es una cuestión de números. Un trabajador municipal no es mejor ni peor por tener un sueldo público, otra cosa es que no se le exija la faena que le corresponde. Al empleado en una empresa de trabajo temporal no cabe exigirle nada porque está con un pie en la calle, por algo ha firmado el finiquito antes de entrar, así que su comportamiento laboral dependerá de la presión que se ejerza sobre él y sus circunstancias personales. El meollo de la cuestión reside en la empresa que dirige las instalaciones, la que se hace cargo de la faena, cuyo único interés estriba en sacar más dinero del que hay en juego. Lo público es rentable, pero en general se extrae de una instalación lo justo y poco más para mantenerla en funcionamiento. Depende de su situación geográfica en la localidad y de los deportes que puedan practicarse, depende incluso de cómo se asocien por centros y pabellones para que obtengan un superávit o resulten deficitarias. No hay más cera que la que arde.
   Las ciudades crecen, nacen nuevos barrios y surgen en la población necesidades que el consistorio debe costear. Un ayuntamiento posee suelo disponible pero carece de capital para sufragar la construcción de nuevas instalaciones. No lo tiene porque no le interesa políticamente acceder a ese capital. En su lugar, permite a una entidad privada que solicite un crédito y edifique en suelo público, rentabilizando esa inversión en menos de diez años y obteniendo un interés de más del 11% en el peor de los casos. Para que esto sea así, un ayuntamiento cualquiera entrega durante cuarenta años la dirección de este servicio a la empresa en cuestión. ¿Qué ocurre? Pues que en menos de una década las nuevas instalaciones son obsoletas. No se invierte un céntimo en ellas porque el negocio está cumplido. Se dirige un centro deportivo igual que una fábrica de anchoas y el resultado es que a los cuarenta años el ayuntamiento heredará un local ruinoso con una práctica empresarial catástrófica, la cual terminó alejando del centro a los usuarios por si ocurría una desgracia. A los políticos les da igual. No hay un partido en el planeta democrático que se plantee una acción a cuarenta años vista, sin embargo no dudan en regalar a cuatro décadas un servicio público que escapa a su control pasados los primeros cuatro años de existencia. Así de triste. Mientras el negocio esté en el ladrillo, los servicios no avanzarán. Seguir reclamando la privatización del espacio público supone no haber aprendido nada de la crisis que tenemos encima. Estamos precisamente en el punto opuesto. A los amigos de lo ajeno les parecerá mal, pero es que la práctica demuestra que ellos lo están haciendo todavía peor. Y se escapan de rostitas.

Huyendo hacia delante

 Cuando me preguntan qué opino de la crisis, respondo con el título de una canción de Supertramp: ¿Crisis? ¿Qué crisis? La crisis significa negocio, no lo olviden. A las personas que dependen de un jornal, lo único que les importa es poder hacer frente a sus deudas y mantenerse en pie. El problema está en las altas esferas y resulta incomprensible al pelotón de los trabajadores. La crisis que sufrimos es un invento de cuatro listos sin escrúpulos que se están poniendo las botas a costa del mundo, siempre ha sido así y si nadie lo impide continuará por la misma senda. El Nuevo Orden Mundial está instalado y en marcha, no acaba con Bush. Al revés, la familia Bush es sólo el inicio. La designación de papá Obama como presidente de Yanquilandia es la guinda del caos. Ya lo siento por los ingenuos, que defenderán a capa y espada la llegada de un hombre de color a la Casa Blanca, pero Estados Unidos está en quiebra técnica desde hace años y lo que va a ocurrir allí nos dejará atónitos durante mucho tiempo. Ojalá me equivoque, por supuesto. No pretendo ponerle a nadie los pelos como escarpias, pero es imposible que aguanten la que está cayendo sin que se produzca una hecatombe social.
  El dinero no crece en los árboles. El papel moneda no es una estampa de colores, sino el esfuerzo de un trabajo. Quien se lo gana rompiéndose el lomo lo sabe perfectamente. El gobierno de Estados Unidos continúa creando pasta sin devaluar su moneda, simplemente lo fabrica en la imprenta y lo regala a los bancos para que aguanten el crack. La mentira no puede dar de sí indefinidamente. Estados Unidos está en el mismo sitio que la República Democrática Alemana antes de la caída del muro del Muro de Berlín. Sus ciudadanos siguen creyendo que su país es la repera en patineta y el tortazo mental de una devaluación del dólar sería el acabóse, de modo que huyen hacia delante. Cada vez se engorda más la deuda con China, que compra América tranquilamente. El imperio se acaba y no estamos preparados en Europa para asumir semejante golpe. La crisis sólo acaba de comenzar. Es mentira que vaya a durar un año y los medios de comunicación no saben ya cómo impedir que se genere el pánico. La broma no conduce a ninguna parte y engorda a medida que se complica. Nuestros políticos aseguran que el único modo de generar nueva riqueza es que el Estado comience a crear obra pública, nadie pregunta para qué. ¿Acaso se necesitan más carreteras? ¿Más coches? ¿Más casas? ¿Quién las usará después? Cuando el Estado subvenciona a los bancos nadie pregunta para qué necesitamos tantas entidades financieras.
   El nombramiento de los nuevos hombres de confianza de Obama indica a las claras que la sociedad americana va a sufrir en apenas seis meses un golpe durísimo. Un golpe que sólo desde el partido demócrata podría llegar a orquestarse sin que la sangre llegue al río, al menos de forma demasiado cruenta. Lo que se vivió en España con Felipe González —la reconversión industrial— no podría haberse realizado con Aznar porque la presión en las calles hubiese sido excesiva, de modo que las grandes firmas utilizaron la fórmula socialdemócrata para merter en cintura a la población, con la ayuda efectiva y siempre inestimable de los sindicatos. Salvando las distancias, en Estados Unidos ocurrirá lo mismo pero corregido y aumentado, porque hay millones de pistolas en circulación y no será sencillo meter en vereda a peña tan asilvestrada. Habrá que hacerlo por la fuerza. ¿Saben ustedes que el Gobierno de Estados Unidos ha comenzado a llamar a los reservistas? Los ciudadanos útiles hasta cincuenta años son susceptibles de engrosar el ejército a seis meses vista. Atención pues a la que se enfrentan. Los soldados vuelven de Irak en breves, según el presidente electo, y hay que tomar medidas de urgencia en materia económica. La única manera de salvar los muebles y que el negocio siga adelante supone la desaparición del dólar como moneda nacional. Se habla ya de que el cambio sería de diez dólares por un valor nuevo. O sea, que la divisa norteamericana no vale ni la décima parte de lo que se paga por ella. ¿Saben lo que supondrá para la población una medida tan maja?

Atrapanieblas

  Mientras los de Greenpeace se cuelgan de las centrales atómicas para ver si las cierran, el jefe de las Naciones Unidas con sede en Zaragoza se ha descolgado en Barcelona con unas contundentes declaraciones. A juicio de Carlos Fernández-Jáuregui, antes que ayudar a la banca hay que salvar a los seres humanos. Cada tres segundos muere un chaval en el mundo porque no tiene un sorbo de agua salubre que llevarse a la boca, así que hagan la cuenta del número de cadáveres que se agolpan mientras leen estas líneas. Este drama podría solucionarse no sólo montando desaladoras sino también con atrapanieblas, que son unas mallas que se colocan en lo alto de las montañas y que captan el agua de las nubes por medio de la condensación. Hay muchas formas de conseguir tan preciado líquido, si no se logra es porque existen intereses políticos y económicos de por medio. Lo sabemos. Somos conscientes de la penuria ética en que vivimos. Y sin embargo nos interesan más las razones ocultas que han empujado a Anna Kournikova para abandonar a Enrique Iglesias. Tras seis meses de convivencia y seis años de relación tuvieron una bronca y el menganito acabó en la calle. ¿Es una noticia importante? Inaugurar una letrina en África jamás logrará el mismo despliegue fotográfico en las revistas, de modo un reportaje de características tan soeces —por vital que resulte —nunca tendrá la misma pegada en Occidente. Nos llama más la atención que en Australia, con motivo de las elecciones, se presente un partido político en cuyas siglas aparece la palabra sexo. Utilizan como catapulta publicitaria la Sexpo de Melbourne, que ofrece sin duda más punch que organizar una expo de jardinería y hortalizas. De vez en cuando aparecen movimientos y organizaciones que se preocupan por nuestra salud sexual, además de los millares de empleados que trabajan en internet colgando páginas pornográficas. La aldea global es así de ridícula.
   En esta ciudad tenemos el dinero suficiente para adquirir un Titán, de los que sólo hay tres ejemplares en todo el planeta, y en cambio no podemos solucionar el problemilla de vivienda que soporta el individuo que duerme todas las noches en un cajero del barrio. El Titán es un microscopio tan alucinante que permite a los científicos observar los átomos de uno en uno. El director del Instituto de Nanociencia de Aragón asegura que el artefacto electrónico traerá a esta tierra un montón de «riqueza científica». Podemos contemplar los átomos individualmente y nos es imposible observar de cerca a nuestros marginados. Creamos riqueza científica y cultivamos la indigencia, hay que suponer que el vagabundo del cajero estará encantado con la noticia. Le basta con que La Caixa le permita echar el saco de dormir en el terrazo y que ningún nazi le reviente esta noche la mollera. Ni siquiera se habrá enterado de que los mandamases de la entidad financiera donde descansa pretenden colocar a la mafia rusa sus participaciones en Repsol. No está al corriente de los problemas de liquidez que soportan las entidades financieras, bastante tiene con las suyas. Lo único que tenemos en común es que las desgracias del Congo nos traen al pairo. Ni siquiera el primer transplante de tráquea, gracias a las células madre, consigue atrapar nuestra atención por igual. Yo me he quedado, como mucho, en la anécdota, en las peripecias que sufrió el becario que portaba las células en un estuche. Los de Easy Jet no le dejaron coger el avión en Bristol porque a saber qué diantres llevaba en la cajita, de modo que se fletó un chárter. A las células en cuestión, por lo que cuentan, no les quedaba mucho de vida. ¿No es mareante? Pone los pelos de punta. Para salvar a una persona se alquila un avión y las demás, sin embargo, nos importan un pepino. ¿Vivimos en una nube o es que la niebla nos impide ver la realidad? Según el ángulo de observación podemos distinguir en el cielo un fenómeno atmosférico o una algodonosa bolsa de agua, ¿depende de nuestra circunstancia particular el que demos valor a unos hechos y no a otros? Salta a la vista, pero imagino a un niño sediento que intenta capturar esa nube con un vulgar cazamariposas y se me hiela el alma.

Ruido

  La jornada no presenta mayores novedades que su propia fecha. Los científicos han secunciado el genoma del mamut lanudo, sube el precio del autobús y las bolsas siguen desplomándose. No sabemos dónde acabará el pozo, así que la dimensión del pelotazo debía de ser estratosférica. Dura tanto la caída libre que nos cuesta oír el estrellamiento del sistema. Como nadie escucha un plaf, el Banco de España desliza un teletipo precisando que no hay que hacerse demasiadas ilusiones. Que la crisis durará un año, mes arriba o abajo y que el refugio de transeúntes está de peña hasta las trancas. Va siendo hora de flexibilizar a los empresarios y los lectores de los periódicos, que están en la pomada, se dan cuenta de que hay que meterles en cintura. Los periodistas les preguntan si están de acuerdo en que el Gobierno eche un cable a las casas de coches y sueltan los desalmados que allá se las compongan, de modo que la encuesta durará poco en cartelera. Los anunciantes de automóviles se retraen, no resulta rentable. El pesimismo toca fondo y necesita hacer sangre.
  Nos han rayado tanto la sesera que estamos deseando que pete el banco y nos deje en paz. Si la brasa continúa llegará un día en que los piratas de Somalia, los que se han forrado a conciencia secuestrando buques pesqueros que abordan también a los que cargan petróleo, aparecerán en las noticias como ángeles justicieros. A sus abogados londinenses, sin ir más lejos, les ha sentado de maravilla esta expansión del negocio y mientras hacen caja se frotan las manos de gusto. La Camorra también está contenta, como una descosida se ha puesto a repicar la película que les pone a caldo y ahora la venden en el top manta. Es una época tan idiota que la información no dura un suspiro y se devora a sí misma. El ruido genera ruido y nos estamos quedando sordos. Menos mal que el Congreso se ha retractado y no va a colgar una placa de la monja masoca en el vestíbulo. Menos mal que ya tenemos un restaurante de una estrella Michelín en el Tubo.  Menos mal que continuarán saltando a la Prensa, aunque sea por fascículos, los cientos de millonarios muebles que se ha fundido el ayuntamiento para ponerse guapo el nuevo consistorio. Hace falta más madera en las rotativas. Más carnaza contra Exponabo 2014. La gente pide más.
  Es imposible que en una jornada como la de hoy, fascistas y antifascistas no puedan darse de cañazos. La Delegación del Gobierno no tiene sentimientos, ha perdido la memoria histórica igual que el juez Garzón perdió antes de ayer la primera batalla con los políticos. Si los delincuentes han muerto, ¿no hay a quien juzgar? El magistrado tiene las pruebas, las armas y los cadáveres, pero no le dejan hacer las autopsias. Con el número de casos actuales que hay pendientes en los archivos, este hombre se empecina en revolver los de hace más de setenta años y en pleno 20-N, el mismo día que la diñó el dictador, con lo feo que queda. Mejor otro año u otro lustro, cuando los políticos de la transición hayan desaparecido. Igual entonces, con un poco de suerte, habremos perdido ya la memoria.
  La memoria cuesta seiscientos euros por universitario, que es lo que gasta cada año en fotocopias. Nadie sabe para qué se funden semejante pastón si luego se pasan las horas muertas frente al ordenador. Lo mismo se han dejado la vista en las pantallas y ahora tiran de folio porque no ganan para lentillas. ¿No harían mejor en sacarse un curso de informática on line? El Gobierno, aplicando el Plan Bolonia, ha decidido que la carrera de informática desaparezca de los planes de estudio y todo el mundo reconoce que es un alivio. Es más práctico comprarse otro protátil cuando se estropea el viejo que intentar arreglarlo. Si nadie entiende lo que le pasa al animal es que habrá salido con alguna tara de fábrica. Es lo mismo que ocurre con las noticias, con la bolsa, con la crisis y hasta con el equipo de fútbol. Nadie levanta cabeza pero el ruido de fondo continúa. A la gente la siguen pillando en la carretera conduciendo a doscientos treinta por hora, da lo mismo que le quiten puntos, el carné o la misma vida. Con la velocidad, el ruido se convierte en un moscardón y desaparece.

Chalecos salvavidas

   Las arcas públicas de la comunidad autónoma y del consistorio están peladas, así que los presupuestos del año que viene sufrirán una buena poda. No hace falta ser economista para comprender la que nos caerá encima. No sólo se gastaron una pasta gansa en los fastos veraniegos, una juerga que no creó riqueza de ninguna índole, sino que aún están por pagar. Se debe un porrón de euros, cantan los números rojos en las cuentas públicas y sin embargo continúan nuestros políticos endeudándonos. A su juicio no hay otra manera de tirar hacia adelante y la ciudadanía comienza a quemarse. Hemos pasado de la Expo al pánico en menos de tres meses.
   ¿No era previsible? Mantenemos un regimiento de interventores, depositarios, consejeros y técnicos de toda laya que diariamente investigan el vasto mundo de las cuentas y aún no conozco que haya dimitido nadie. Ni en las instituciones ni en las entidades financieras o las fábricas de automóviles. No hay responsables ni por acción ni por omisión. Es inaudito. Sólo falta que nos digan que mal de muchos remedio de tontos. Encubrir la piratería y despilfarro de los grandes mangantes de la globalización, en el mejor de los casos nos conducirá a nuevos engaños. No nos conviene ayudar a las multinacionales, y menos a las que se forraron sin escrúpulo ecológico ni social durante décadas. Esa chusma no dudó en largarse a China donde la mano de obra le resultó más barata. Si ahora los chinos van a comerse el mundo que lo hagan. Creer que serán peores o mejores que los ejecutivos americanos o europeos es la gota que colma el vaso. El chantaje al que están sometiendo los fabricantes de coches a la sociedad, amenazando con la quiebra, el cese de actividad y los despidos de sus plantillas, no tendría que aceptarse. Y menos aún sin garantías. Está demostrado que este tipo de negocios no colaboran en el desarrollo del planeta ni en mejorar las condiciones de vida de sus pobladores, generan eso sí los jornales que ahora ponen sobre la mesa para pedir capital. Ni más ni menos. Si tuviéramos unos gobernantes juiciosos aprovecharíamos la oportunidad de enderezar el futuro.
   Los jefes, años atrás, se jactaban de comportarse como una ONG. Creando empleo realizaban una labor social y ni siquiera les dábamos las gracias. Para emprender un negocio hay que ir muy sobrado de cualidades, pero a la hora de la verdad, cuando vienen mal dadas, es cuando hay que demostrarlas. Los empresarios de postín, sin embargo, acaban como todo quisque en la ventanilla institucional para que les apañen el panorama. ¿Dónde está la previsión y el ahorro? ¿Dónde invirtieron las ganacias? En los pubs más rancios que ocupa la chusma más fina, los mismos que se fumaban un puro y se metían su tradicional lingotazo de coñac, los mismos que hablaban despectivamente sobre el dineral que dilapidaban los gobiernos en apoyar a titiriteros y comediantes, hablan ahora de echar la persiana y dejar a miles de personas en la calle. Señalaban entonces las cuatro perras que destinaba el Estado a materias sociales y encubrían las enormes sumas que salían de las arcas públicas para apoyar entramados económicos de dudosa rentabilidad social. En raras excepciones se les pidió a los grandes holdings otra cosa que garantizar los empleos y seguimos en las mismas, ¿acabarán cediendo las administraciones otra vez? Me temo que sí y es probable además que no se transforme la situación. Si no se establecen compromisos ni regulaciones es como si arrojásemos el dinero por la borda. Nadie garantiza que a corto plazo, y habiendo soltado la pasta, dentro de unos meses no vayamos a estar en las mismas. El producto de todos los grandes robos y pelotazos se encuentra a buen recaudo en un puñado de pequeños paraísos fiscales. El común de los mortales viajamos a bordo del Titanic y no precisamente en primera clase. Tarde o temprano sabremos que no hay suficientes chalupas para abandonar el barco y que los chalecos salvavidas están contados. Mientras tanto nos hacen creer que estamos viendo otra película, una con final feliz, pero a medida que se complica el naufragio la gente despierta y se viven entonces unas situaciones que ponen los pelos de punta.

Ser o no ser

  Nunca he visto las credenciales de ningún magistrado, desconozco si van con chapa, son plastificadas o llevan la foto del funcionario en cuestión. Tampoco me consta haber echado el ojo a los documentos de ningún diputado, ni siquiera autonómico, será que no me ponen los carnés. Pienso que ya tendríamos que ser alguien por el hecho de estar vivos, sólo al estirar la pata podría decirse con cierta rotundidad que no somos nadie. La burocrática manía de demostrar que somos quienes realmente decimos resulta tan exasperante como inútil. Nuestro aspecto está ligado a una retahíla de números, tanto de matrículas como de libretas de ahorros, teléfonos, contraseñas y hasta tarjetas de súpermercado, cartulinas que sirven para que te den puntos mientras controlan tus compras. Pretenden fotografiarnos también las córneas, el mapa cromosómico y los empastes con el absurdo motivo de asegurar que la persona que está pasando por el arco magnético de un aeropuerto es la misma que sale segundos después, aunque vaya descalza. Dicen que la identidad es sagrada y cuantos más papeles la sepultan más ridícula parece. ¿Realmente somos tan importantes o no valemos ni un colín? La excusa de proteger nuestros datos y nóminas complica la dulce tarea de valorar la existencia. Fortalecemos la memoria sorteando inconvenientes y recordando nimiedades cuya utilidad es prescindible.
  En la calle, en cambio, nos manejamos con una mentalidad bien distinta y la existencia de cada cual se rige por patrones aún más subjetivos. Pero muy simples. Por ejemplo, puedes caer mal al portero de la discoteca y recibir de repente un mar de guantadas. En ese instante da igual que tengas carné de conducir, que seas socio del real Zaragoza o de la misma piscina que el matón de la puerta. Es más, tu identidad podría resultar un inconveniente porque en su ánimo se presenta la emoción de coserte a patadas y sin encomendarse a comprobación alguna procede sin más ni más. La entrada de ciertos garitos parecen la frontera del tercer mundo, una tiranía ridícula y caprichosa donde hay que sobornar a los guardias, ya sea en metálico o en especie, para que te permitan el paso. La tradicional reserva en el derecho de admisión se convierte entonces en una subespecie del antiguo derecho de pernada, entendiendo por pernada que te pongan literalmente la pierna en el cuello y dobleguen así tu voluntad. Empeñarse en llenar el gaznate en antros de tan recia seguridad como ausencia de intelecto reduce una magnífica velada a un esperpento mortal. No es la primera vez que a las puertas de una discoteca madrileña se monta tal sindiós que acaba el asunto en los periódicos. En esta ocasión ha pagado el pato un varón del que tan sólo conocemos su peso —rondaba los cien kilos— y si sabemos una cuestión tan peregrina es porque los centuriones que flanqueaban el acceso al local excusaron su comportamiento afirmando que la causa de tan repentino fallecimiento podría deberse a un exceso de grasa. Al final, como siempre, somos lo que nuestro aspecto confirma: gordos, delgados, altos o bajos. Y basta que se tercie un mohín para que Lynch se materialice en forma de segureta.
  Casualmente aquella noche, bien entrada la madrugada, un joven magistrado estaba tomándose unas copas en la discoteca en cuestión. Los jueces que se caricaturizan en las series de televisión maniobran siempre con toga y desde el estrado, rara vez los vemos tomándose un cubata en un bar. En este gremio, tan famosos como Garzón o Marlaska, hay muy pocos así que un individuo puede afirmar que está al frente de un juzgado y responderle otro que él conduce un camión o una hormigonera. Y santas pascuas. Acreditarse no sirve de nada. Con los policías y los sanitarios parece más fácil, porque el uniforme y las sirenas forman un conjunto muy teatral. No me imagino a un juez sacando el mazo o el birrete de una mochila anexa. El problema de ciertas profesiones es que no basta con ejercerlas, conviene también llevarlas impresas en la cara si no quieres que te la partan. El magistrado del que hablo intentó frenar la agresión múltiple de los porteros hacia un cliente en la misma puerta y le dijeron que «ni juez ni hostias, a ver si te vamos a dar a ti también». Cuando la violencia se desata sobran los carnés, sólo median los golpes, de modo que el juez tuvo que llamar a la policía, que suele presentarse armada. Para entonces ya era demasiado tarde y aunque el juez —del que sólo conocemos su juventud por las noticias— se personará como testigo de excepción en los juzgados, siempre queda el regusto amargo de pensar que la identidad, la real y la burocrática, concluyen siempre entre los puños de varios matones sin cerebro. Da igual que seas un magistrado o un simple peatón, la vieja cuestión de Shakespeare exige que Hamlet pueda vivir para contarlo.