A como dé lugar

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    El «bolígrafo» que adjunto bajo el título de esta cronica no es un útil de escritura sino más bien un aparatillo similar al que utilizaba un doctor de ficción en la serie televisiva de «Star Trek» para resucitar moribundos en la «Enterprise», esa nave estelar que surcó el proceloso universo desde que servidor era un nene, allá en el pleistoceno superior, hasta hace cuatro días. A este trasto lo denomino el «pringón». Aunque su nombre de marca responda al de «Pain Gone» lo cierto es que me gusta castellanizar los anglicismos y anglosajonizar los españolismos—es inevitable, me subyuga redundar en lo absurdo— y tan curioso lapicero, que se vende por ochenta euracos en las ortopedias más selectas y por encargo, acentúa las innatas cualidades baturras de esta tierra en cuanto a surrealismo se refiere.
Al igual que ciertos ungüentos contra los mosquitos, comercializados en droguerías mañas, que repelen insectos y hasta seres humanos incluso en ámbitos amazónicos, el pringón hace la misma mella en estos pagos por su versatilidad, sencillez y honestidad comerciales. Parece que me pagan por hacer publicidad, pero reconozco que semejante cacharro te deja sin argumentos intelectuales. Es un artefacto capaz de acabar no sólo con su enemigo natural, el dolor, sino con la farmacopea moderna. Entre otras razones porque no tiene efectos secundarios. El único fallo que reconozco es «postural». No es que produzca lumbalgias, es que te ves apretando el utensilio en posiciones inverosímiles, ajeno al ridículo que despertarías ante miradas curiosas y comprendiendo que no guarda ninguna lógica darte con un bolígrafo en el cogote y que se te pase una migraña. La medicina basada en las clásicas pastillas, supositorios, inyecciones y jarabes está perpleja y financieramente preocupada. ¿Se le está acabando el chollo?
Ojalá. No estamos ante un invento aragonés, ya lo advierto a los prejuiciosos, aunque desconozco si es alemán o antillano simplemente resulta efectivo y simplón, de uso tópico. Y cuando escribo «tópico» me refiero a que se trata de encender y apagar el bolígrafo sobre la zona afectada cuantas veces sea menester, al menos hasta que termine el sufrimiento. No hay peligro de laceraciones subcutánes, a no ser que carezcas de sensibilidad o te meta marcha. El boli carece de mina. Es más, su punta es absolutamente roma. Se escucha un clic cada vez que pulsas el artefacto y allá te las den todas. Eso sí, no dura siempre. Para que se evapore un dolor de cabeza de lo más corriente bastan con quince o veinte metidas de lapicero en la frente, en la nuca o donde requieras analgesia. No hay que ser licenciado en exactas para utilizar el pringón. Es más, creo que resulta contraproducente tener estudios superiores para acometer esta tarea porque el manual de instrucciones del aparato hace una somera incursión por el mundo de la acupuntura, habla de cristales y desprendimiento de endorfinas, deja claro que no cura las enfermedades pero documenta cómo termina con el dolor. Una vez que desaparece la molestia empiezas a hacerte preguntas y no comprendes un carajo de lo que está ocurriendo. ¿Cómo es que un cachivache tan simple acaba con un dolor de cabeza y media caja de aspirinas no sirven para nada? ¿Magia potagia?

La teoría del Big Bang     |    Letargo

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Polvo

     Mientras los científicos se afanan en buscar una mota de polvo en las imantadas y kilométricas cañerías de Suiza y Estados Unidos, esa brizna escurridiza a la que los periodistas se empeñan en denominar la «partícula de Dios»— para que el asunto llame la atención de los incrédulos y de los ignorantes—, en el prolífico submundo de la corrupción económica ya no saben qué hacer los gurús financieros para equilibrar el sistema capitalista. Estamos viviendo una época contradictoria y al mismo tiempo ridícula, sin embargo resulta cada vez más cruel contemplar que las chiribitas del flamante Bosón de Higgs, que con tanto encono como derroche se afanan los físicos por encontrar en el subsuelo del Fermilab o del CERN, tal vez pudiera ocultarse entre los cartones de un cajero automático, en los pliegues del saco de un trabajador cuarentón y sin esperanza, que dormita sobre las baldosas de cualquier sucursal bancaria. Cada día que pasa se escuchan más voces reclamando a los políticos que pongan a cero el contador. O como dicen los anglicistas, que «reseteen» el cacao y que empecemos de nuevo. No sé qué hacer con los correos electrónicos que caen en mis manos donde se comenta, con una ingenuidad pasmosa, que si los gobernantes nos hubieran dado a todos los miles de millones de euros que han llovido sobre las cajas de ahorros y los financieros, ahora seríamos ricos y la crisis un mal sueño. No se dan cuenta de que si nos hubieran regalado la pasta ahora mismo una barra de pan costaría millones de euros y la moneda no valdría un colín. No comprenden que el sistema económico que estamos sufriendo no se inventó para que los pobres vivieran como reyes sino para que los reyes pudieran seguir vivitos y coleando. El microscopio de la crisis tiene que desplazarse hasta las islas Caimán, Mónaco, Liechtenstein, y todos esos minúsculos paises que componen los paraísos fiscales. Allí se ocultan los beneficios de la crisis que está derribando a nuestra burguesía en favor de los grandes trepas y los gordos accionistas de las multinacionales.
     No nos engañemos. Esta gente tiene bien untada a la vasta prole de capitostes que elegimos cada cuatro años, y a los que no elegimos también, así que el polvo y la suciedad nos impiden ver el bosque. Necesitamos aparatos gigantescos y carísimos para contemplar partículas que desaparecen con un plumero. Sabemos donde se oculta la mierda pero nadie se atreve a entrar a saco y poner orden en el estercolero, entre otras causas porque la basura es la razón de existir del propio orden internacional, allí se mueven los mejores negocios y se cortan las telas más finas. Lo que ocurre en las cuentas opacas y las cajas de seguridad de los paraísos fiscales es lo que mueve el mundo, su cordón umbilical. El timo piramidal, tan viejo y tan efectivo como el de la estampita, estrangula la economía y el bienestar de Occidente convirtiéndonos en ciudadanos de una sociedad decrépita y sin imaginación, pasto del polvo y en franca decadencia.

 Electrodomésticos      |      Estampas zaragozanas de antaño

Chewaka y el Opus Dei

   Hay decretos de alcaldía realmente chungos y no es que tenga predilección por escribir de asuntos deprimentes, pero saltan a la vista ellos solos y al hacerlo cantan como una almeja. Me refiero al cambio de nombre de las calles, y en concreto la de un militar franquista por un santurrón barbastrense. Como la vía en cuestión es céntrica y como Chewaka, el alcalde de la muy noble ciudad de las exposiciones, dice ser socialista, la peña se queda de un aire con el cambio de nombres. Entre general Sueiro y Escrivá de Balaguer dan ganas de liarse a cabezazos contra el nuevo consistorio, que para mayor cruz está ubicado en el antiguo seminario. No sé lo que hemos hecho para merecernos este castigo. Tampoco sé lo que le ha prometido verbalmente el alcalde, antes biministro en la época del señor González, a los dueños del colegio de Miraflores. Desconozco la influencia de los mandamases educativos sobre nuestros políticos electos, pero aún debe ser manifiesta cuando pueden empujar a un edil a que se haga el harakiri ideológico con esta estupidez. A la gente del común, a los que lo mismo les da chicha que limoná, que bauticen un pedazo de asfalto con el nombre de un golpista, que llegó a capitán general de la sexta región militar, o le pongan el del caudillo milagrero del Opus Dei, supongo que les trae al pairo. A los votantes del PSOE supongo que les alegrará el ánimo ver que su líder consistorial cumple su palabra   con los desgarramantas  de un colegio concertado  y pasa  como de comer mierda  de los viejos principios  históricos de un partido que curiosamente es el suyo y que desde siempre ha presumido de laico y de demócrata. Vivimos en otros tiempos y hay que asegurarse la poltrona con detalles y guiños a la derecha más obtusa. Quién nos iba a decir que en pleno siglo XXI el alcalde de la inmortal se iba a lucir con semejante bautizo pero ahí está Chewaka, asumiendo que es el manso de la manada y que ha de conducir a toda la ganadería por el amplio sendero papal. Ya dijo en uno de los plenos más esclarecedores de su mandato que mientras tenga el bastón de mando no se quitará un crucifijo del ayuntamiento que dirige, así que tampoco me extraña que acabe regalándole una calle al fundador del Opus Dei, una organización negra donde las haya y que todavía campa por sus respetos en un Vaticano dirigido por lefevristas, negacionistas del holocausto judío y demás retrógrados con sotana. Si hay algo peor que negar las evidencias es aplaudir mentecatamente a los sectarios.
       Desde luego estamos disfrutando de una época políticamente retorcida, donde se arañan votos del oponente metiéndole un beso a tornillo. Estos pequeños gestos no dignifican las ideas aunque resultan tan pornográficos que resulta imposible olvidarse de ellos. Si hubiera que labrar muescas en el pabellón puente cada vez que Chewaka nos ha dejado de metal podríamos fundar con sus restos una buena cacharrería. Tal vez el hombre no se dé cuenta de que cada vez que gana votos por su derecha los está perdiendo por su izquierda, aunque a estas alturas nadie vea las diferencias.

 

Para alegrar la vista      |     Ternezas

Desconexión

  Me he permitido desconectar durante unos días. A veces hay que vivir para contar después lo que ocurre por el mundo, no basta con encerrarse entre cuatro paredes a investigar. Te despegas demasiado de la gente y terminas por no pisar tierra firme. Es un lujo. Sé que después hay que recuperarse de las vivencias y asimilarlas. Nada es lo que parece y todavía no me siento preparado para comenzar esta nueva etapa, sin embargo siento que ha trascurrido mucho tiempo desde que regresé del Sahara y empalmé con una visita relámpago a Berlín. No queda más remedio que volver.

    Es muy lamentable la situación en la que viven los saharauis. Sé que ahora nadie se siente responsable de lo que pasa en el mundo y que vivimos una época nítida donde sólo nos sirve el sálvese quien pueda. Pero es injusto. Estamos condenados a seguir repitiendo la Historia y a que nos sigan tomando el pelo.No tenemos la más mínima vocación de cambio. Esperamos que Obama arregle el planeta y semejante ingenuidad la pagaremos muy cara en el futuro, de todas maneras no hay recambio para el sistema en el que vivimos. Los saharauis, como los cubanos, sueñan con vivir en el Occidente hipócrita y decadente que nos acuna, quieren una oportunidad para ser engañados una y otra vez, como nos ocurre a nosotros todos los días. Los saharauis sufren el desarraigo y la pobreza con un orgullo admirable y se aferran a nosotros, los que llegamos de Europa, como a un clavo ardiendo. Ellos muestran el muro que levantó Marruecos en su país y que divide en dos  sus tierras  y sus familias para que veamos con nuestros propios ojos que lo que ocurre en Palestina o lo que pasó en Berlín, les pasa a ellos todos los días desde hace treinta y tres años. Siempre hay un muro en alguna parte que secciona la realidad en dos planos distintos. Para cada cual su propio drama es el más importante, no entendemos por qué hay clases de desgracias, por qué la información es tan selectiva y cuánto tiempo seguiremos por la misma senda. Da igual, los muros siguen en pie. La diplomacia es angustiosa y deprimente, los intereses económicos de cuatro ladrones internacionales campan a sus anchas y las situaciones injustas se mantienen.

   Sigo teniendo la impresión de que viajamos en un tren que hace mucho ya que se desplaza por simple inercia. Llevaba tal velocidad que no sabemos a ciencia cierta si algún motor está en funcionamiento o vamos a salirnos de la vía en la siguiente curva. El número de desempleados continúa en alza. Las empresas echan el cerrojo. Se vende cada vez menos. El problema es que no hay alternativas. El Nuevo Desorden Internacional nos ha convertido en individuos egoístas, conservadores y miedicas. Más vale malo conocido que bueno por conocer. No hay distinción evidente entre los partidos políticos, es una simple cuestión de formas. Todos ellos intentan mantener en pie esta gran mentira que se derrumba poco a poco mientras el tren en el que viajamos pierde velocidad. Nos sentimos poca cosa. Creemos que nos han atado las manos y miramos de reojo a los científicos esperando la solución. O el destino.

 

La otra belleza clásica    |    Injusticias habituales