El secreto

El secreto es un jugoso pedazo de carne que extraen de un cerdo propinándole un tajo en horizontal. Le atizan la cuchillada cerca de la paletilla, a la altura de la cruceta. Sólo puede accederse a este manjar adquiriéndolo en una carnicería, aunque también lo sirven en los supermercados mediante horribles bandejas de poliuretano expandido, como si hubiera crecido en ellas por casualidad. Escribiendo sobre los secretos resulta indignante que el primero que venga a mi cabeza esté relacionado con el estómago. Supongo que el resto de los enigmas esconden tapujos más complicados que el hecho de estar a dieta, pero mucho me temo que lo único que cambia es la bandeja, la cual toma en la mayor parte de las ocasiones el aspecto de una lengua.
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Las plantillas invisibles

Según el último estudio de mercado, casi el 60% de las empresas españolas pagan a sus proveedores con más de veinte días de retraso. De hecho, durante el primer trimestre del año se aumentó la demora en una jornada. Hay sectores, como la administración pública, la construcción y las inmobiliarias, que tardan casi cuarenta días en pagar sus deudas ordinarias. La media europea, sin embargo, está en trece días, más o menos lo que tarda una empresa de trabajo temporal en abonar los sueldos a sus trabajadores subcontratados, que perciben su salario el día quince. Ahora que se habla de productividad y competitividad, incluso de «crear valor», como si fuera un sello que pudiese estamparse en los productos, conviene saber que muchas de estas maniobras no buscan otra cosa que abaratar las remuneraciones y reducir drásticamente sus plantillas.
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Anamnesis

Una de las cosillas que van a ir cambiando según acceda al poder la derecha de toda la vida —si es que algún día se fue— es la anamnesis. O, dejando el griego por un segundo y para entendernos: la confidencialidad entre médico y paciente. Cuando vamos al médico, o a la médica —suelo preferir las médicas porque me gusta discriminar— en la pantalla de su ordenador aparece toda nuestra vida y milagros. Contamos nuestras cositas, toman nota y luego no van cacareando por ahí, al menos con nombre y apellidos, nuestros melodramas. Existe un juramento hipocrático que impide ser un cotilla. Así que echan un vistazo al historial clínico, nos hacen un repaso y se ponen al día.
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Ponerse las pilas

Para salir de una situación complicada no hay nada como ponerse las pilas. ¿Dónde? En el mismísimo cerebro, ¿dónde si no? La Agencia de Investigación de Proyectos Avanzados para Defensa (DARPA), organismo autónomo del gobierno norteamericano que mantiene a más de doscientos cincuenta individuos en nómina, hizo un estudio con un par de grupos de soldados y llegó a la conclusión de que la electricidad, en pequeñas dosis, produce interesantes efectos en el comportamiento y aprendizaje de las personas. Ambos equipos entrenaban entonces con simuladores «adwars bush», un programa de ordenador que permite interactuar a múltiples sujetos mientras ejecutan acciones bélicas. Se utilizó en la guerra de Irak con resultados gozosos y ahora se está perfeccionando.
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El bucle

Cada vez que surge un movimiento regeneracionista en la sociedad, aparece una organización facciosa. El dinero puede admitir que vivamos en esta democracia de pacotilla, incluso en un comunismo capitalista, pero si la gente se mueve intentando derribar la corrupción y la mangancia nacen de la nada grupos intransigentes y fundamentalistas. Se declaran como verdaderos o auténticos patriotas, al estilo de los finlandeses, que han obtenido en las urnas el veinte por ciento de los sufragios, y amenazan con regresar al punto de orígen que más les conviene: el negocio mondo y lirondo. El caldo de cultivo siempre es el mismo: una tasa de paro elevada y una situación económica desastrosa. Las dos sirven para construir agravios comparativos entre las clases más humildes.
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Los amigos extravagantes

La extravagancia depende del entorno. Si decimos que la sociedad en la que vivimos rebosa de raros individuos es probable que en verdad las únicas personas extrañas de todo este ámbito seamos nosotros. El anterior presidente de gobierno de este país habló del actual jefe de los libios, o al menos del jefe de una parte de ellos, como si de un amigo extravagante se tratara. Ha despertado cierta incomodidad en las cancillerías que Gadafi todavía gozara de su amistad y sin embargo no produjo ni frío ni calor su extravagancia, tal vez porque en el conjunto de sus colegas lo grotesco sea un espacio común. Una obviedad, a la que no merece prestarle demasiada importancia.
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Se van a poner como hienas

Le he echado un vistazo a los planos del tranvía y creo que se van a poner como hienas. El carril que ahora acaba en la Gran Vía zaragozana atravesará la plaza de Paraíso, la de Aragón y el paseo de Independencia para meterse por el Coso y cruzar el puente de Santiago desde el Mercado Central. Para que ocurra algo semejante tendrá que desplazarse la fuente de Paraíso hacia el comienzo de Sagasta y reducir la circulación de automóviles en el paseo a un sólo carril por sentido, lo que pondrá en contra no sólo a los comerciantes sino también a los conductores.
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Aquí no pasa nada

No se trata de meter miedo, pero uno de cada cuatro niños en nuestra península vive ya por debajo del nivel de pobreza relativa, sin embargo en ninguno de los hogares donde residen han tirado sus padres por la ventana ese artefacto al que llamamos televisión. Incluso en las jaimas saharauis he visto que tienen una, con algo hay que distraer el hambre. La caja tonta es como la flauta del encantador de serpientes. Nos dejamos llevar por el hechizo y nos embriaga la agradable sensación de que realmente no pasa nada, aunque muchos vivan ya a la intemperie.
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El factor clave

Empleamos demasiadas coletillas en las conversaciones y apenas caemos en la cuenta de que muchas de ellas, en algún instante, nos fueron impuestas. No me refiero a las que se desprenden de una falla de vocabulario, las que nadie nos enseñó para hablar en público o llevarlas en la mochila. Hablo de las palabras que suenan extrañas a los demás cuando salen de nuestras bocas, como si estuviéramos recitando de memoria la tabla de multiplicar o de pronto nos diese un pasmo. Si tenemos la dicha de comprender que algún ventrílocuo nos manipula es preferible que intentemos expresarnos en otro idioma, aunque nos lo inventemos sobre la marcha. El esfuerzo rejuvenece. A mí me pasa, por muy autista que sea vivo en sociedad. Escucho a artistas, locutores de radio y presentadores de televisión. Oigo a políticos y demás personajes contar sus andanzas y, según me caigan simpáticos o desagradables, sus coletillas terminan impregnando mi papilas, se agarran con fuerza a mi lengua y me obligan a repetir sandeces igual que hacen los loros. Repetir al buen tuntún es peligroso y deteriora el carácter, así que conviene pasar por un tamiz las monsergas.
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Las procesiones ateas

Parece ser que a las gentes de la organización «Hazte Oír» (como si no los escucháramos bastante cuando le dan al bombo) están que se salen. No les hace mucha gracia que, el próximo jueves 21 de abril, cuya fecha consideran santa, unos blasfemos organicen en Madrid lo que califican de «procesión atea». De hecho se han puesto como locos a recoger firmas para que la delegación del gobierno y el ayuntamiento de la ciudad impidan el acto. Este tipo de sociedades, marcadas por la intransigencia y carentes del más mínimo sentido del humor, afirman relacionarse entre sí y con otras catervas de similares características, mediante la fórmula del activismo. Entienden por lo tanto que la manada católica es una minoría social, arrinconada y vilipendiada, a la que no le queda otro remedio que la acción directa. Sin embargo, a la hora de defender su causa en las más altas instituciones del Estado, no dudan en asumir lo que realmente son: el somatén de una entidad mayoritaria que aplasta sin contemplaciones la más mínima discrepancia.
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