La peña se las ve y se las desea para llegar a mediados de mes, incluso para sobreponerse al impacto de la primera semana, por eso las administraciones —da igual que sean europeas, estatales, autonómicas o locales— aplauden con una cerrada ovación cuando alguien la diña en el pavimento. Me temo que hasta se parten la caja cuando la causa del deceso no es otro que respirar «el peor aire del país». La hoja parroquial —o el Heraldo, tal para cual— lo comunicó ayer en primera página como si se tratara de una novedad, y en el ayuntamiento se han subido por las paredes. Dicen que los datos son tan antiguos que causan vergüenza ajena y se preguntan de dónde los habrá sacado la Organización Mundial de la Salud. Ecologistas en Acción, que hacen su propias mediciones, llevan años dando la brasa y saben muy bien que en la avenida de Navarra se respiran tantas partículas por metro cúbico que de hecho se mascan. ¿Y a quién le importa? ¿A los asmáticos, a los que sufren de neumonía? Da igual, cuando la peña no tiene empleo tampoco piensa en la asfixia y si lo hace es su problema. Igual que les pasará a los gordos o a los fumadores, llegará un momento en que la culpa por respirar un aire contaminado será nuestra y sólo nuestra. «¿No podía haberse mudado usted a otro sitio? A Mongolia quizá, ¿o es que el mundo le parece pequeño?» Seguir leyendo
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Un mundo peor, también es posible
La verdad es que no me lo esperaba: o el alcalde —me refiero al de Zaragoza— no se toma la medicación o es que tiene que cambiar de psiquiatra. A este hombre lo veo mal. Seguramente he perdido algunas dioptrías desde que me gradué las gafas, pero estoy hablando de que le falta un agua y, con el debido respeto, tendría que hacérselo mirar. No entiendo esa pasión que demuestra por pasear el bastón y la faja durante el «corpus», esa fiesta extraña donde una gente de lo más apergaminada celebra que dios habita en una oblea y después se la zampa. Tampoco me cabe en la cabeza, y eso que la tengo medianamente amueblada, su manía de pasear un aspa de madera por el consistorio, lo mismo para juramentar que para presidir los cónclaves del ayuntamiento. Cada cual debe llevar con decoro sus propias supercherías y no imponérselas a los demás, aunque sea por misericordia. Clavar un crucifijo y el que no lo acepte que se joda, es un detalle de mal gusto. Desconozco si el alcalde está siendo poseído, tal vez por una vocación tardía, o sencillamente es que se va de la chaveta. Cuando opto por lo segundo es debido a sus declaraciones por la pérdida de Zaragoza 2016, más propias de un chavalín al que se le ha roto un juguete que de un edil hecho y derecho y al borde de la jubilación. No es la primera vez, y creo que no será la última, que don Juan Alberto —Chewaca para los amigos— se va de la boca, pierde los papeles y se descalifica, pero va siendo hora de que se retire (o de que lo retiren, me da lo mismo) porque está ofreciendo un espectáculo lamentable. Seguir leyendo
Incredulidad
Peta Zeta asegura que la subida de los impuestos afectará a las rentas más altas y nadie se lo cree. Una excavadora manda a hacer puñetas las líneas teléfonicas y de televisión por cable de unos setecientos usuarios y todo el mundo piensa que es lo lógico. Se dan por inauguradas las obras del tranvía cuando se jode la luz, cierran el agua o te quedas sin internet. No hay crisis ni existe deflación sin una buena subida de impuestos, desde el IVA al catastro pasando por la recogida de basuras y el IRPF. Tampoco hay obras sin que se rompan tuberías ni salten los cables. El caos ha de ser completo para que lo entendamos mejor.
El alcalde, que viaja en el tiempo igual que otros sólo se mueven por el atasco, no se resigna a olvidar la promesa de levantar un nuevo campo de fútbol. Es una oportunidad magnífica, no sólo de pasar a la Historia sino de favorecer la especulación, y este hombre no quiere abandonarla. Si en época de los romanos se edificaban fabulosos coliseos, hoy se construyen gigantescos futbolines. Los jefes necesitan que sus votantes caigan en arrobo y si no basta con montar una Expo nos clavan dos. Sin un campo de fútbol apenas ocuparía su nombre un renglón en el imaginario de sus nietos. Es muy consciente de que llegar a ministro —aunque tuviese dos carteras bajo el brazo— es una minucia que nadie recordará.
Las obras del tranvía están dejando la calle repleta de cascotes, y estos pedruscos podrían emplearse perfectamente en levantar un futbolín a las afueras de san José. Lo raro es que haya zonas donde no se mueva un camión ni se taladre el asfalto y los comerciantes se inquietan al ver que este suplicio se eternizará una barbaridad. Se han ido al garete más de trescientas empresas zaragozanas con motivo de la crisis económica y sería del género idiota que otras tantas se hundieran por la crisis del tranvía. Los tenderos no tienen la culpa de que Zaragoza haya optado por un transporte del siglo XIX en vez de apostar por el tren bala del siglo XXII, pero estamos tan contentos y será tan ecológico que no se atreven a levantar la voz. Queda feo. Tan feo como quejarse de la tala de árboles para que circulen las bicicletas.
Los mandatarios extranjeros visitan las locomotoras de alta velocidad en la enorme y desperdiciada estación de las Delicias. El consistorio sin embargo, aún está haciendo cuentas —a ver si no le salen rosarios— y crean una de cercanías en pleno centro de la ciudad. A los jefes les mola lo grande y descuidan lo pequeño, lo útil no encuentra financiación. Seguirá dando vueltas el alcalde a su excéntrica idea de levantar un ataúd de cemento en la avenida de Goya, pero hasta que no venga como siempre el ministro de turno y haga sus números seguirá hablando del futbolín.
A las gentes más conservadoras, mientras tanto, se les va la pinza y llegan al extremo de autoafirmarse como paladines de los humildes y la clase más trabajadora. Yo veo a Luisa Fernanda, que es la jefa del PP en nuestra nacionalidad histórica — que así se califica Aragón en su propio Estatuto— y se me pone la carne de gallina. Me siento tan identificado con ella que me desarmo. Observo al señor de los trajes —Camps, creo que se apellida— y me veo vestido tan rícamente de Armani y fundiéndome los dineros del contribuyente con sana alegría. Incluso llego a identificarme con ese barbudo de prodigioso léxico, que tanto se divierte enzurizando al personal, y creo que si toda esta pandilla llega un día a gobernar nos lo vamos a pasar en grande. En las altas esferas gubernamentales causa tal pasmo que estemos llegando al sado maso, que las encuestas de opinión no saben ya como meterle un petardo por el culo al presidente para ver si hace algo que funcione. Y a Peta Zeta se le ha ocurrido de repente hacer unos cuantos juegos de magia.
Su primera medida es congelar el sueldo del Rey. O sea, señalar al vecino de arriba para ver si le dejamos un rato en paz, que no sabe cómo esconderse. Nueve millones de euros se fundirá la Casa Real durante el año próximo, lo mismo que se está puliendo actualmente. Congelando este derroche igual piensa Peta Zeta que se enfrían las comisiones de cualquier ejecutivo de una magra entidad financiera, pero me temo que se equivoca. Congelar los sueldos ministeriales, incluso el suyo, es un gesto inevitable pero no tendría que ser el único. Mientras la clase media se aprieta la cincha, el resto engrosa las listas del paro, así que las congelaciones, para que no parezcan lo que son —simples tomaduras de pelo—, tendrán que ser el principio de otras más potentes. Algo que cause asombro. Pero es que nadie se lo cree.
La Oficina • Capítulo 18 | Inka Bola
Culebrones y trileros
Gustavo, el rey de Suecia, no la rana, se ha pegado un rápido garbeo por Zaragoza. Apenas ha salido el monarca de la intermodal para echar un vistazo a los AVE que fabrica Talgo antes de pirarse a Soria, donde tiene previsto hacerse una foto con los dueños de un consorcio hispano-sueco. Pasan los vips por el hangar zaragozano, que está a tiro de piedra entre Barcelona y Madrid, para dejarlos atónitos con el pedazo de estación que han montado los jefes en medio del páramo. Sobra más de la mitad y el resto se queda helada en invierno, por eso los traen cuando todavía hace buen tiempo, no se vayan a constipar. No comprenden que el cierzo, a los nórdicos, se les antoja un brisa primaveral y si te descuidas se quedan en mangas de camisa. Los patronos del norte de Europa son distintos a los mandamases de Magna —o de Magma, para otorgarle cierto aspecto volcánico—. Todavía utilizan el manido recurso de que los trabajadores forman con los directivos algún tipo de equipo. El barullo que han creado los austriacos, canadienses y rusos en torno a «Magma» evita en cambio estas tonterías y gusta de ir al grano. De hecho, una vez visualizada la manifestación que se montó el sábado parecen haber comprendido que la planta de Figueruelas puede ser más conflictiva de lo que imaginaban, así que han filtrado a la prensa germana que van a dejar en la calle a más gente de la que se pensaba en un principio, no sea que las cabras se suban al monte. El propósito es dar yu-yu a la plantilla y comenzar a meterlos en cintura. No me extraña que el comité de empresa haya tenido que desmentir los rumores e incluso hablar de que existe un nuevo plan de productividad sobre la mesa, tantos años obedeciendo han perdido el callo. Los benditos expertos cuentan también que no habrá más despidos, que se trata de una vulgar estrategia. Que ampliando el número ahora se puede jugar luego con cierto margen para regatear, pero el fondo del drama no es cuánta peña se quedará en la calle sino cómo los van a echar. Adelgazar la plantilla o externalizarla son fenómenos distintos. En la jerga negociante da igual encargar faena a un puñado de contratas que traer los currelas desde cualquier entidad creada al efecto, en definitiva se trata de reducir gastos, así que depende de lo que cueste. Pero llevándose el tajo a otros países no hay cera que rascar. Subastar la faena siempre favorece a un listo que se queda con las sobras y si los jefes del terruño tienen la opción de rebañar el plato seguro que el caos se reduce en intensidad. Sin embargo «Magma», como indica su apodo, es una especie de contrata venida a más, pero más a lo bestia. En realidad no necesita encargarle nada a nadie porque ella solita se lo guisa y se lo come, de modo que tenemos un culebrón angustioso por delante, sembrado además de chismes y trileros, que harán gozar a las almas menos sensibles.
No es la primera vez, ni será la última, que se trafica y chantajea con los puestos de trabajo. Si lo hizo la GM no sé porqué los de Magna van a ser diferentes, es una cuestión de dinero, aunque cabe la seria sospecha de que todo está amañado bajo la mesa y que estamos viendo la moviola. La cachaza que demuestra el gobierno estatal con este asunto podría ser una táctica o el simple fruto de su dejadez. Tampoco es lo mismo demoler una fábrica que desmontarla a pedazos. La segunda fórmula permite a la gente hacerse a la idea mientras que la primera los empuja a la guerrilla urbana, al estilo de los altos hornos durante la denominada reconversión industrial. Nunca se ha llegado por estas tierras a un extremo semejante, pero llevan tantos años de toreo y las nuevas generaciones de jóvenes trabajadores se han embarcado en automóviles y en hipotecas, que no sabemos lo que podrían dar de sí. Dos mil parados más son muchos como para tomarse el asunto a la ligera.
Caballitos de Mar | En busca de vida extraterrestre
La Oficina • Capítulo 14 | MALVIVIENDO • Capítulo 7
«Stand-by»
Parece ser que ayer se estuvieron divirtiendo de lo lindo los políticos de esta comunidad que califican de autónoma —y que, sin embargo, cada día que pasa, lleva camino de ser más bien automática— en ese maravilloso parlamento moruno de la Aljafería, que tiene trazas de gallinero comarcal. Allí suelen reunirse nuestros ineptos para enseñarse los trajes, el moreno adquirido durante el verano y para dejarse ver ante el populacho, cuyos asientos en la balaustrada superior ocupan cuando se abre el cónclave de septiembre los vips de las tres provincias. Y no todos, porque no caben. Así que la gente normal no acude a la apertura del inicio de curso, por llamarlo de alguna manera, sino que asiste por la tele, la radio y la prensa en general. Durante la jornada de hoy también le han dado a la lengua, sobre todo después de hacerse una idea del panorama presentado por el gran jefe, don Marcelino, que nadie sabe si seguirá en adelante porque se largó un panegírico morrocotudo. Narró las excelencias de una década y si se lo monta así es por dos razones: o pasa de aferrarse a la poltrona o no tiene nada nuevo que decir. Largar ante la audiencia un rollazo de tal calibre duerme a las ovejas, distrae a los reporteros —que se conocen el paño— y aburre a los ujieres, pero cubre el tiempo que da gloria. Siempre puede decir don Marcelino que nació en el paleolítico, porque en Bonansa ni siquiera había luz eléctrica cuando vino al mundo, de modo que todo es avance y bienestar. Pero ya nos lo sabemos de memoria.
En esta tierra hemos gozado de escasos políticos con dotes oratorias y los que aspiran a colgarse la medalla pecan de sentar cátedra y acaban construyendo soporíferas clases magistrales. Lo más común entre ellos es soltar de vez en cuando algún chascarrillo de nula gracia que, al contrario de lo que dicta el sentido común, logra arrancar de los diputados sonrisas de aturdimiento. Lo difícil es mantener el nivel y cuando lo intentan resulta de lo más patético, tal es el grado de mediocridad que se respira en el hemiciclo aragonés y que —reconozcámoslo— tampoco es más bajo que el de las Cortes en Madrid. Los periodistas tienen que hacer cabriolas con sus imágenes y palabras para montar un resumen que ofrezca un mínimo de vitalidad, porque escucharlos a palo seco resulta amuermante. En cambio los políticos prefieren esta forma letárgica a entrar en el cuerpo a cuerpo, porque la ausencia de reflejos y el barullo mental les juega malas pasadas. Por eso el estado natural de nuestra comunidad «automática» es el coma, el encefalograma plano, el «stand-by».
Tiene razón la presidenta de Chunta al afirmar que don Marcelino maneja un gobierno provisional de manera interina, pero dudo que algún otro jefe haya hecho algo distinto. Sus mensajes no llegan a la población y sus labores tienen el triste aspecto de no pasar de la burocracia. Lo que ha dicho el jefe de los conservadores —que a don Marcelino le falta coraje y que traiciona a los aragoneses— podría aducirse de cualquiera de los ocupantes del butacón presidencial. No es la primera vez que se escucha este ripio en la cámara y tampoco será la última, de modo que no presenta ninguna novedad.
El resultado del debate es tan anodino como indignante, pero habitual. Salvo que don Marcelino aclare de una vez si volverá a presentarse en las próximas elecciones, que al fin y al cabo todo se reduce a saber quién pondrá sus nalgas en la jefatura de la Diputación General, el resto es puro folclore político. El ubicuo súper-Biel, que ha regresado de sus vacaciones con renovados ímpetus y que aspira desde antaño a seguir viviendo del cuento de las bisagras, lo mismo le da gobernar con los populares que con los socialdemócratas. El hombre está siempre al sol que más calienta e incluso sobrevive a que entre y salga del trullo la alcaldesa de La Muela. No me extrañaría nada que acudiera a la manifestación de la Opel, porque rara es la foto que se pierde. Y que fueran también todos los demás. Aquí se organizan las más exitosas manifestaciones cuando todo está perdido. Nos salen redondas.
El último verano | Vida y muerte de las estrellas
La Oficina • Capítulo 11 | Las Buenas Ideas
Catorce nabos
El alcalde acaba de salir del armario institucional con el sano propósito de ajustarle los machos a Peta Zeta, pero no se da el hombre por aludido. Que el presidente de gobierno mueva un músculo por las causas perdidas de Figueruelas requiere tal número de encuestas y equipos de lavado de imagen que es más fácil cambiar de sitio el Pilar para que pase el tranvía.
Peta Zeta no necesita un entrenador como Belloch, que tiene un «look» calcado al del hombre lobo, sino un nutrido equipo de fisioterapeutas aplicándose a conciencia desde las pezuñas hasta la incipente coronilla del perillán, para ver si le sueltan los tendones y camina con otro garbo. Está tan anquilosado y camina tan tieso que, en los escasos instantes en que la da por sonreir —al estilo «vamp»— se carga de hombros, baja la guardia y le nace entonces una chepa a la altura del collejón, cuya joroba trae de cabeza a su batallón de asesores. El problema se agudiza cuando Hugo Chávez y Evo Morales le visitan en la Moncloa, jefes a los que saca varios cuerpos de altura. La estampa causa hondo pesar a los más finos estilitas, que no saben cómo disimular el aire de Drácula que pervierte la imagen de Peta Zeta en las fotografías y que desgraciadamente se multiplica cuando le acompaña Fétido —el mandamás de Repsol— que en cada flash tiende a mostrar los caninos de puro contento tras haberse topado en Venezuela con un fabuloso yacimiento de gas.
La entrañable familia socialista, según transcurren los años, se asemeja de una forma cada vez más inconveniente a los Monster, ya sea por las amistades que prodigan o de una forma intrínseca a su degeneración en el poder. A Peta Zeta no le va a hervir la sangre aunque le claven banderillas en los lomos, de modo que recuperar el control de Figueruelas o impedir que se vaya a pique y media comunidad autónoma con dicha fábrica —por no decir las tres cuartas partes—, es una misión imposible. Ni con los doscientos millones de la DGA ni con el doble. Tal vez si piden un préstamo al Banco Central Europeo y se lo regalan al banco ruso que apadrina a los dueños de Magna consigan durante unos añitos que se hagan los espléndidos, aunque no deja de ser un aperitivo. Tiempo hubo para que el alcalde, el presidente autonómico y el gobierno del Estado se metieran en el enjuague pero tan grande les venía el baile de los millones que dejaron a los alemanes que cortaran el bacalao. Ahora sólo les queda echar algo de faena a los currelas, antes que caigan en la desesperación. Igual da que planten bonsáis en los jardines japoneses de la Exponabo o que levanten campos de fútbol a las afueras. Clorocauchutando carriles de bicicletas o calzando las traviesas del tranvía ni siquiera se cubre el expediente.
El propio alcalde, viendo que la intermodal de la avenida Goya costaría más que la reparación del gran colisionador de hadrones de Ginebra, que ya es decir —porque se han fundido 23 millones de euracos—, renunció a realizar la obra completa al mismo tiempo que se iba haciendo la del tranvía y ofertó por un par de milloncetes la creación de un soberbio ataud de cemento en el subsuelo de la calzada, propuesta a la que ninguna empresa del ramo de la construcción ha dicho ni mu. Así están las cosas: feas pero todavía crepitantes. Nadie da un colín por la Exponabo de 2014 y resulta que no hay más en el horizonte.
El Viaje de Peter McDowell • Capítulo 7 | El planeta Tierra
La Oficina • Capítulo 7 | El Quinto Día
Actitud contemplativa
Me resulta inquietante haber conocido la noticia de que los siluros son más voraces de lo que suponía. Esos peces con tendencia al gigantismo y que habitan las aguas del Ebro desde hace décadas se han convertido en una atracción popular. A fuerza de no tener competidores, los siluros van creciendo hasta parecer animales prehistóricos y como llegan a medir los dos metros acaban zampándose a las palomas de un solo bocado. Las palomas, atolondradas por el calor y gregarias de natural, acuden a beber agua turbia a las orillas del puente de piedra, donde esperan agazapados los temibles siluros.
Curiosos y sorprendidos, los peatones se asoman a la balconada para contemplar una escena trágica pero flipante, el acecho de un pez grande a un pájaro bobalicón, el que campa a sus anchas por las ciudades sin enemigo alguno llenando las aceras y tejados con sus ácidas cagarrutas. Esta fabulosa noticia del mundo animal adorna hoy la primera página del periódico baturro, competencia inmediata de la hoja parroquial, y ha logrado que cientos de zaragozanos presten más atención al río que cruzan todos los días por su puente más antiguo. Hasta ahora se fijaban en las interminables obras contiguas al pozo de san Lázaro y el dragado del Ebro por las excavadoras, con el propósito de permitir el dulce paseo de los inútiles barquitos motorizados que navegan rumbo a ninguna parte. Sin embargo hay más cera de la que arde. Allá abajo, en la turbiedad del río, se produce el clásico drama de la vida y la muerte entre las especies. La peña se puede asomar a la tragedia y seguir de cerca durante un instante un nuevo episodio del Hombre y la Tierra, sólo que en la versión cutre de los siluros contra las palomas.
El almuerzo de los peces causa la estupefacción de los humanos porque hasta hoy el ciudadano mondo y lirondo desconocía que pudieran engullir en pleno vuelo a las aves por tontas que fuesen. Es tan chocante el asunto para el común de los mortales que los científicos intentan convencer al populacho de que es frecuente encontrarse en las tripas de estos bichos restos animales de cualquier calaña, porque se alimentan «ad libitum» y es un problema grave. Pocas especies autóctonas quedan bajo las aguas para que estos sujetos les hinquen sus múltiples dientes así que no se trata de una señal divina o apocalíptica; los siluros asoman su bocaza porque han devorado lo poco que queda en las escuetas profundidades del río y ahora necesitan más.
Sería impactante que los siluros empezaran a saltar como los delfines y se lanzasen contra los bañistas en la playa de la Expo, que aprendieran a brincar como las orcas devorando a los curiosos en cualquier puente o que atacasen a los pescadores en la desembocadura de La Huerva, que no es un río sino la única ría de Aragón. Aunque la interpretación de lo que es una ría se reduzca por estos lares al femenino de una corriente fluvial, la visión de La Huerva a su paso por Zaragoza es tan calamitosa que ni en la próxima Exponabo de 2014 se logrará recuperarla. Ver cómo muere la ría en el Ebro, repleta de siluros acechantes, es un espectáculo gore de primera magnitud, y si además soplan los olorosos vientos de la papelera resulta fascinante. No deja de ser hermoso que aún despierte cierta curiosidad el cauce del río a su paso por la ciudad y que la peña se asome a las barandas para ver lo que ocurre. El mayor problema es que no movemos un músculo. No me extraña, por lo tanto, que el ayuntamiento se ponga ciego de cortar árboles en las medianas y en las isletas para favorecer el tráfico de los automóviles. Y todo bajo la peregrina excusa de crear un carril para las bicicletas, con lo fácil que sería quitarle espacio a los coches y en su lugar plantar unos baobabs o unas sequoyas gigantes. No es que la naturaleza se haya vuelto loca de repente y que a los siluros les dé por hacer cosas raras, es que el asfalto se lo come todo.
Mr.Bean en la consulta del médico | La Oficina • Capítulo 4
Las amenazas del espacio | La Rosa Flotante
Pandemias
Parece ser que los asmáticos tendrán prioridad para vacunarse contra la gripe A pero nadie dice nada todavía sobre cómo sobrevivir al verano. Por las mañanas, la jetas de la peña son cuadros abstractos y no se prepara ninguna vacuna contra el cambio climático, tanto da que suframos 26º a las dos de la madrugada como 40º a las tres de la tarde. Estaremos en las mismas hasta el domingo —entonces igual podremos respirar— pero yo no me lo creo. Se han inventado tejidos especiales que refractan la luz y vuelven invisible al que los lleva, telas que refrescan los cuerpos e incluso textiles que retienen el sudor, lo convierten en agua potable y almacenan el líquido en una cantimplora anexa, sin embargo, fuera del ámbito militar no se comercializan estos productos y apenas se avanza un ápice contra el calor que sufren los civiles.
Cefaleas, mareos, vómitos, pesadillas y mala leche, golpean a los sujetos a diario mientras revientan las tuberías, sobre todo en Zaragoza. Primero fue en la Gran Vía, ahora en Fernando el Católico, y se hacen apuestas sobre si llegarán las explosiones hasta Valdespartera o simplemente se trata de una premonición respecto a las obras que irán cayendo encima de nuestro buen juicio hasta que llegue Exponabo, allá por 2014. Porque, bajo la excusa de abrir zanjas en el centro para dar paso al tranvía, se están levantando también las intersecciones. Se volatilizan las medianas, las isletas de verdín, los setos y los almendros para dar cuartelillo al asfalto desde Tenor Fleta pasando por la avenida de Goya hasta Anselmo Clavé. A la insufrible chicharrina tenemos que añadir la contaminación acústica: excavadoras, martillos neumáticos y camiones. Da gusto vivir a orillas del Ebro, pero se echa en falta una vacuna contra el calor, el polvo de la obras y el ruido que genera tanto despropósito.
Más allá del terruño, la escritora Lucía Etxebarría acaba de soltar en una entrevista que Kurt Cobain —el cantante de Nirvana— era un maltratador y un gilipollas, y que va siendo hora de desmitificar a los roqueros, que se follan a cualquier jovencita cuando les viene en gana. Particularmente no creo que sea un mal que afecte en exclusiva a los músicos de guitarra eléctrica, basta con ser famoso para funcionar por el mundo como si tuvieras derecho de pernada. Así que va siendo hora también de que inventen una vacuna contra la admiración, porque nubla el cerebro.
En verano, el famoseo se convierte en la sal de las revistas. Los papeles vienen sembrados de sandeces que narran la vida ajena como si fuera la de un gladiador en Afganistán. Cualquier conocidillo, aunque deba su popularidad a estúpidos programas de televisión —los que se dedican, precisamente, a contar las miserias de sujetos idénticos a ellos— se levantan sueldos mareantes y siempre tienen sobre la colcha una grupi haciéndoles la ola. Así que no es el oficio sino el carácter de los individuos lo que genera maltratadores y gilipollas. Léase, por ejemplo, a Sánchez Dragó, que es todo un clásico entre los viejos verdes. Si sus «conquistas» hubieran recibido una vacuna contra la arrogancia de este hombre ahora nos parecería este sujeto aún más simple de lo que ya es, de modo que habrá que echarles la culpa a los científicos, que no tienen imaginación.
La señora Cospedal, sin ir más lejos, nos resultaría menos ridícula si la hubiesen vacunado antes contra el liderazgo masculino. El mero hecho de trabajar en política no la obliga a ser una vulgar contratada ni tampoco a carecer de una personalidad propia. Continúa afirmando que la espían, aunque no puntualiza dónde, cómo, ni tampoco quién. Y mucho menos la causa. Se limita a seguir el guión que marca su jefe con la esperanza de tener algún día la posibilidad de fijarse un destino profesional. No percibe ningún maltrato psicológico, ni siquiera cuestiona si la estarán utilizando. Su conducta no difiere mucho de la que mantiene una animadora con su equipo de fútbol y eso que el único premio consiste en guardar su silla bajo el culo. Hay muchos virus sueltos por el mundo y podría vacunarse a la gente contra muchas cosas, no sólo contra la gripe A.
La SGAE, la «sociedad general de intermediarios de algunos autores», sigue dando la brasa a la alcaldía de Fuente Obejuna (Córdoba) para que afloje el diez por ciento de la taquilla — treinta y dos mil euros — que son los que lleva recaudados el ayuntamiento por realizar cinco funciones de la pieza de Lope de Vega. Estamos hablando de la mítica Fuenteovejuna, una obra escrita en 1610 y ahora adaptada para los vecinos de aquella localidad por Fernando Rojas, un director de escena que ha renunciado a los derechos de su versión. Esta sociedad, bajo el pretexto de defender a los creadores, maniobra igual que una sanguijuela y le importa un bledo que estés asociado con ella, que le niegues la palabra o que pases de todo, quiere sacar su tajada para que sigan chupando del bote un montón de tecnócratas. Estos parásitos que en su magnífica existencia no han compuesto una nota ni escrito un solo relato, defienden a mordiscos lo que hacen los demás con el único propósito de arañar su porcentaje. ¿Por qué no fabrican una vacuna contra estos individuos?
Ahora que un barco dará la vuelta al planeta propulsado por energía solar y que las ratas inundan los archipiélagos españoles, Karadzic, el genocida serbio que se llevó por delante a más de cien mil personas en la Guerra de los Balcanes, se siente muy orgulloso de haber matado a tanta gente, ¿cuándo vacunarán a los patriotas contra el sadismo? La estupidez humana llega a tal extremo que los gobernantes de Azerbaiyán investigan a los ciudadanos que se atrevieron a votar a favor de Armenia—su país vecino y enemigo desde antaño— pero no en algo tan serio como podrían ser unas elecciones sino por el Festival de Eurovisión. Desconozco si en Azerbaiyán estarán pasando también una ola de calor demoniaca, pero si basta una canción para ser traidor en su tierra lo mismo están pidiendo a gritos que los vacunen contra la xenofobia y la paranoia, a ver si de esta manera les entra el buen juicio y el sentido común.
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«El viaje de Peter McDowell» • 4 | «JumpTrumpRumpBump»
el comino de dios
Como ustedes saben, Teruel no existe, aunque su prodigioso nacimiento acaba de anunciarse en el mundo entero y cuando se produzca va a ser un petardazo, porque su presencia científica alimentará la astrofísica, la cosmología y si me apuran hasta la teoría de cuerdas durante años.
La culpa de tamaña gestación es de dos matemáticos norteamericanos, que acaban de modificar de una manera hasta hoy imprecisa la teoría de la relatividad de Einstein mediante una propuesta impactante. Afirman que la energía oscura —esa cosa desconocida que conforma las tres cuartas partes del universo— tal vez sea un canelo. Lo mismo ha desaparecido y la expansión de galaxias, estrellas y planetas es debida a la simple inercia. A juicio de Blake Temple y Joel Smoller, el universo se expande por ondas desde el Big Bang y si pudiéramos observarlo desde distintos puntos, nos daríamos cuenta de que no es idéntico en longitud, circunstancia que iría contra el principio coperniquiano y la mítica fórmula de la cosmología moderna, ese logotipo que los friquis imprimen en camisetas y que los nostálgicos de películas como Regreso al Futuro colocan bajo la imagen de un excéntrico barbudo en carteles, podría ser una broma. Esa broma tan fascinante que hasta hoy nos aseguraba que la energía era igual a la masa por el cuadrado de la velocidad de la luz.
Las gentes del CERN, donde se sitúa el mayor acelerador de hadrones de la Tierra, todavía se están golpeando la cabeza contra los ordenadores al escuchar la noticia, publicada hace unas horas en la PNAS, la revista oficial de la Academia Nacional de las Ciencias de Estados Unidos. Si la investigación de los matemáticos norteamericanos fuese cierta, la carrera por hallar el Bosón de Higgs o las partículas supersimétricas sería un cuento chino y los europeos estarían haciendo el ridículo gastándose triillonadas de euros en las profundidades de Suiza para competir con los yanquis. La fabulosa carrera para conocer el origen del universo —o parodiando a los creyentes, «la partícula de dios»— no descubriría jamás ni un triste comino. ¿Hay alguien tan atrevido, tan abstraído y meticuloso en la cosmología actual como para estudiar la energía oscura con cuatro duros y devolver la cordura entre los científicos? Lo hay. En verdad existe.
Se llama Mariano Moles y es director del Centro de Estudios de Física del Cosmos de Aragón, cuya sede está en Teruel, concretamente en la sierra de Javalambre, justo donde el presidente de nuestra comunidad autónoma aseguró que en 2011 se levantaría el único telescopio europeo destinado a observar y reconocer la energía oscura en el universo. Para una tarea tan hercúlea, la Diputación General de Aragón fijó el ridículo presupuesto de doce millones de euretes.
Don Mariano, aguardando a que algún año de estos se construya el telescopio y pueda ocuparse del asunto, trabaja hoy en el laboratorio de Astrofísica de Andalucía, al que se incorporó desde la Universidad de Berckeley, en California. Conoce al dedillo la nueva propuesta, porque mientras curraba en América casualmente tenía por vecinos a un grupo de astrónomos dirigidos por Adam Riess, de cuyo laboratorio emergió el problema que hoy mantiene en vilo a los amantes y negociantes de la física teórica y de la cosmología.
A don Mariano parece no preocuparle la formulación matemática de sus viejos compañeros universitarios, afirma que el asunto todavía está en mantillas y que es tal nuestro desconocimiento del cosmos que de aquí a 2015 la ciencia puede dar muchas vueltas. Considera que la energía oscura existe y que lo fantasmagórico de su nombre proviene de la falta de medios para su investigación, no de que sea un invento o un apaño. La teoría de Einstein y los conocimientos de Copérnico no se pueden echar por tierra sin demostraciones, sin observaciones, sin hechos contundentes que avalen la nueva teoría de ondas propuesta por Temple y Smoller, los matemáticos americanos. Ahora, más que nunca, es cuando se necesita el telescopio de Javalambre para detectar de una vez por todas si la energía oscura está donde debe de estar —es decir, por todas partes— o es menos oscura de lo que parece. Y es justo en este instante cuando Teruel, nuestra entelequia provincial más arraigada, puede iluminar al mundo con su anómala existencia.
«Malviviendo» • Cuentos y Leyendas •
«El viaje de Peter McDowell» • 3 | Desempleado
Mantras
El fantástico caso del autobús que partió de Zaragoza el pasado sábado con destino a la capital del reino y que se vio sometido a varias parálisis durante su trayecto —al parecer, porque una viajera se sintió fatal, y se la creyó infectada por la mítica gripe A— dice bastante de que no vivimos en un estado policial, sino en un estado absurdo. Mientras la Organización Mundial de Salud sigue dando la brasa para que no bajemos la guardia, cosa estúpida en mitad de una pandemia, la peña se observa mutuamente por si de repente cualquiera comienza a estornudar.
Los microbios y los gérmenes, los enemigos invisibles del verdadero terrorismo bacteriano —que no es otra cosa que la mierda que estamos comiendo, bebiendo y oliendo a diario— unidos a la hiper desinformación mediante un constante aluvión de noticias que nos dejan la cabeza hecha un bombo, provoca que la gente —médicos y policías incluidos—se dejen atrapar por la paranoia. La ansiedad, inducida por la responsabilidad y el aburrimiento, construye a menudo maravillosos instantes surrealistas, así que será frecuente encontrarse de pronto yendo a Madrid en transporte público y ser asaltados en pleno viaje por individuos que dicen estar ejerciendo la medicina, sujetos que suben y bajan de autobuses de línea ordenando a los viajeros con esa temible impunidad que garantiza nuestra ignorancia, que sigamos a pies juntillas sus instrucciones, cuando ni ellos mismos tienen conciencia de lo que están haciendo en realidad. Si estos sanitarios —seguramente con buena fe pero con escasas luces— se unen a vehículos policiales que escoltan autobuses por la autopista después de asegurar a los viajeros que no hay nada que temer, es cuando de veras sí que hay algo que induce al pánico: se trata de la ineptitud, cargada como siempre de buenas intenciones.
Hace un rato acabo de oír por la radio a la ministra de Sanidad afirmando que está todo bajo perfecto control. Si es así, ¿cómo es posible que haya ocurrido el suceso del sábado? ¿Es que no existe un protocolo? El único que hay, por lo visto, es anterior a la pandemia, cuando se aislaba a los primeros infectados para que no contagiaran al resto. Ahora que los microbios vuelan con absoluta libertad es del género idiota paralizar autobuses en pleno viaje porque se sospeche que alguien tenga la gripe A. Si no la pilla hoy la cogerá mañana, es cuestión de tiempo y de suerte. ¿Acaso no lo sabe la policía ni los médicos? Si lo supieran no ocurrirían semejantes despropósitos… Cuando la ignorancia es la mejor aliada de la ineptitud, crecen como champiñones las leyendas urbanas, los fenómenos extraños y los incomprensibles errores.
Treinta y tres contagios por cada cien mil habitantes es una cifra baja, aunque haya once cadáveres sobre la mesa y la Agencia Europea del Medicamento aún no se haya atrevido a aprobar una vacuna que está en pleno ensayo. En la más catastrófica de las posibilidades, se baraja que un 50% de la población —en el mayor pico de incidencia— pudiera quedar infectada, por lo que sería suficiente con inmunizar al 40%. El problema es caer en la histeria y saturar los centros sanitarios, sin embargo se camina en ese sentido por una sencilla razón: es muy rentable.
Las farmacéuticas necesitan generar una alarma social de proporciones mayúsculas para forrarse con desparpajo, por eso nos echamos a la cama hablando de la gripe A y nos levantamos oyendo la misma cancioncilla. Algo similar ocurre con la crisis, pero justo al revés: cada día que pasa es menos mala que ayer. Es como si alguien estuviese empeñado en que a fuerza de repetir las mismas frases se grabaran al fuego en los cerebros. A esta manera de comerle el coco a la peña se la conoce como elaborar un mantra. Etimológicamente, sin embargo, esta palabra viene del sánscrito, uno de los más antiguos idiomas de la humanidad, y significa justo lo contrario: liberar la mente de los pensamientos que la confunden.
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