Castillo de naipes

«Arraigados y edificados en cristo, firmes en la fe». Este es lema de la panda que va a llenar de sotanas, cánticos y burricie la capital del reino del 11 al 21 de agosto, dando la brasa con sus absurdas creencias en un show papal que tendrá su cénit durante las cuatro últimas jornadas. El señor Ratzinger, designado como dictador del minúsculo pero poderoso estado del Vaticano por una cuadrilla de monjes —nombrados a dedo por el anterior caudillo—, aparecerá a las siete y media de la tarde del jueves 18 para soltar unos ripios en la plaza de la Cibeles, una vez que sus fans atraviesen con pompa y boato la Puerta de Alcalá en una fantasmada sin precedentes. Durante la jornada del viernes impartirá una misa en la capilla del nuncio (léase embajada), dejará que los reyes le besen la mano en el palacio de la Zarzuela y lo llevarán en volandas al Escorial donde saludará a las novicias y charlará con los mulás (perdón, con los profesores). Luego catapultarán al mastuerzo hasta Madrid otra vez, para que se zampe unas viandas con unos cuantos imberbes en la embajada, recibiendo más tarde al presidente de gobierno, el cachondo de ZP, que le rendirá pleitesía. Acabará la jornada haciendo un vía crucis facilón en la Cibeles y si no le da una lipotimia soltará otra perorata. Seguir leyendo

Stjórnlagaráð y el influjo vikingo

«Stjórnlagaráð», la comisión encargada de elaborar una nueva constitución para Islandia, acordó ayer por la tarde un capítulo fundamental sobre los derechos humanos y la naturaleza de aquel país escandinavo. El capítulo recoge más de treinta disposiciones, el doble que la actual, garantizando la protección del medio ambiente y estableciendo que los recursos naturales (desde la pesca a la minería pasando por la geotérmica) no son de propiedad privada sino públicos y a perpetuidad. No pueden ser vendidos ni hipotecados. Además, el gobierno está obligado a informar a la sociedad sobre el estado real del medio ambiente, responsabilizándose ante la nación de la veracidad de sus informes. Justo lo contrario de lo que ocurre, por ejemplo, en la ciudad de Madrid, donde se cambian de lugar los medidores para disfrazar la contaminación urbana.

Islandia no es España. Ni en tamaño ni en población, ni siquiera en la complejidad de los problemas económicos, pero como ejemplo de cambio social es bastante aceptable. La cercanía entre los jefes y la sociedad islandesa es fácil: son pocos habitantes y se conocen de cerca. Llegar al Althing, el parlamento de aquella isla norteña, y sellar unos papeles no deja de ser un acto simple y burocrático. Aquí, para entregar una propuesta en el Congreso hay que hacerse con un traje de marca, enfundarse corbatas y disfrazarse de pijos. Colarse por el cordón policial de plaza de Neptuno es una aventura, porque debes asegurar que estás alojado en un hotel de cinco estrellas y sortear desde allí a la policía de Las Cortes con los más variados subterfugios. Parece un entretenimiento pero en el fondo es una soberbia pérdida de tiempo y energía. Y todo para introducir en el registro de la cámara un documento de carácter informativo, el que han elaborado las marchas del 15 M en su trayecto por pueblos y ciudades hasta llegar a la Puerta del Sol. Seguir leyendo

El kilómetro cero del sistema

Nunca me ha gustado ser alarmista, pero el aletargamiento social resulta excesivo. Los sustos que nos mete la alta economía no despiertan a la población, al contrario, nos vacunan para el futuro. Estamos psicológicamente agotados de oír malas noticias y el hecho de contemplar que el sistema todavía aguanta ni siquiera produce estupor. Escuchamos tecnicismos, como el de la prima de riesgo o la deuda soberana, igual que atendemos al parte meteorológico. Se intervienen los bancos y la gente no sale huyendo con la pasta, al revés, se siente aliviada. El canguelo y la comodidad comen terreno a la imaginación, la peña no quiere aventuras y los jefes parchean la situación evitando que las grandes corporaciones se mosqueen. Esta conducta demuestra en el mejor de los casos cierta entrega, conformismo y debilidad, y en la peor de las suposiciones nos prueba que los políticos están conchabados con las entidades financieras y las multinacionales más poderosas. Nos dicen que están rescatando a Grecia, a Irlanda o a Portugal cuando lo único que hacen es soltar miles de millones de euros a los que compraron bonos y letras del tesoro de esos países. El sistema capitalista, que se ha bautizado desde antaño como de libre mercado, ni es libre ni representa al mercado, tan solo fortalece intereses monopolísticos que asfixian a la sociedad en beneficio de una minoría desaprensiva y especuladora. Seguir leyendo

Fukushima, tres meses después

Una de las mayores degracias que puede sufrir cualquier persona es tener un gobierno imbécil. Una tragedia todavía mayor es que sus gobernantes sean unos asesinos. Los japoneses saben muy bien de lo que estoy hablando. En las últimas reuniones con los enviados del gobierno, han comprendido que son prescindibles. Cuando alguien no importa ni siquiera recibe desdén, simplemente es ignorado. Los japoneses son muchos y viven en un país pequeño, por eso son muy organizados y actúan como un enjambre. Es un pueblo tan civilizado que da miedo observarlo. Saben lo que deben hacer y maniobran en las circunstancias más difíciles como una sola persona, rara vez cuestionan la autoridad. No se les pasa por la cabeza que los encargados de organizar cualquier situación, desde una empresa a una manifestación, desde un partido político a una emergencia por terremoto, puedan llevar a cabo sus planes careciendo de la mínima integridad ética o llenándose los bolsillos a espaldas del pueblo. Para los japoneses, la honradez y la decencia se presuponen de tal manera que ser pillado en falta borra al individuo del mapa social. Es una mancha que desaparece únicamente con la muerte del sujeto, porque no soporta la humillación que supone avergonzar a familiares y amigos con una conducta reprochable. Tras la segunda guerra mundial, muchos japoneses creyeron que terminaba el mundo cuando el emperador confesó por la radio que no era dios y que habían perdido la guerra. Se quedaron pasmados y en estado de shock, muchos se hicieron el harakiri. Haber sido engañados durante generaciones les resultaba impensable. Algo parecido puede ocurrir hoy, aunque sea por circunstancias distintas. Seguir leyendo

Neonazismo nórdico

Ni eran islamistas ni antisistema, simplemente fueron los neonazis. Cualquier descerebrado sin escrúpulos puede hoy arrogarse una bestialidad, aunque no haya tenido nada que ver con ella. Le basta con escribir un panfleto en su blog y afirmar que perpetró el atentado que se le antoje. Es lo que ocurrió el pasado viernes en Oslo, cuando un grupo fundamentalista de marcado cariz religioso, se hizo cargo de la escabechina. Hasta entonces se afinaba con acierto en la capital de Noruega, según pude deducir por los mensajes de Twitter y utilizando el traductor. Un sujeto de elevada estatura, para más señas rubio y de ojos azules, trotaba como un desaprensivo por la isla de Utøya, fusil en mano y vestido con un uniforme similar al de la policía, ejecutando a los chavales que veraneaban en el cámping de la AUF, las juventudes socialdemócratas. Eran las siete y media de la tarde y la sospecha de que los asesinos no eran los que decían los medios de comunicación, sino un sujeto más predecible, corría ya como la pólvora por las redes sociales. Seguir leyendo

Antecedentes

Cuando me animé a realizar el viaje por el denominado Camino de Santiago, lo primero que pensé, tal y como me habían enseñado desde crío en el colegio, es que comenzaría en Roncesvalles. La decisión, si no me equivoco, la tomamos en saint Jean Pied de Port, en la Aquitania, durante una visita a Euskadi para saludar por sorpresa a un amigo con el que fuimos a Islandia en 2004. Todo el paisaje de los Pirineos navarros me resultó deslumbrante y aunque ya había tenido la oportunidad de echar un vistazo en otras ocasiones sentí que me llegaba desde la frondosidad de sus árboles la necesidad de darme una buena paliza de caminar. Siempre me ha tirado lo medieval, lo oscuro de la vida en medio de la podredumbre, esa fetidez del panorama que leí en Las Estaciones, la magnífica novela de Maurice Pons. Reconozco que desde la más tierna infancia me gustaban las mágicas aventuras de Merlín y la mitología que rodea al mundo celta. Con el paso del tiempo, sin embargo, decayeron mis primeras impresiones construyendo una mentalidad más escéptica. Mi larga y apasionada trayectoria teatral me embarró a modo y a conciencia por pueblos y ciudades que, entonces —eran los años 80 y 90 del siglo pasado— regalaban surreales estampas culturales. Actuar en el Círculo d’as Artes de Lugo o en el Teatro Principal de Compostela eran peritas en dulce comparado con las representaciones «a baldosa fría» en los perdidos concellos galegos de As Pontes o Culleiredo. En el viejo Bergidum de Ponferrada, en Astorga, o en la sala Juan de la Enzina de León, realicé mi propio Camino de Santiago durante temporadas duras y gloriosas, entendiendo la gloria como un concepto enriquecedor en experiencias y anécdotas, pero nulo en materia económica. Seguir leyendo

Inquinas

¿Necesita pruebas de que las cosas van mal? Si es así, no se preocupe. Usted habita en la cresta de la ola y por lo tanto nada de lo que oiga provocará su asombro. Ciertas personas sólo comprenden lo que ocurre cuando les afecta de una forma impactante —sufrir un derrame, un atraco o un accidente, incluso un despido impensable— porque necesitan un shock para asumir la realidad. Hasta que llega ese instante, prefieren contemplar el deterioro desde la cima de un monte lejano. Actuar de esta guisa es menos comprometido y aleccionador, garantiza además pasar un rato agradable en soledad o en compañía valorando las desgracias ajenas. Al fin y al cabo, la visión aérea es un deporte internacional.

Cuando las relaciones ajenas se deterioran de manera ostensible tendemos a ridiculizar a sus protagonistas para devaluar el problema. Es muy común que, ante una trifulca inesperada, los espectadores se queden atónitos mirándose de soslayo y preguntándose qué diantres pasa, ¿de dónde ha venido esta tormenta? Somos conscientes de que hay temperamentos incompatibles y de que su proximidad produce garrampas, pero hasta ese momento jamás se produjo encontronazo alguno. ¿Medían sus fuerzas? ¿Guardaban la compostura? ¿Cuál fue el desencadenante? Individualidades confrontadas, antonimias, recíprocas jetas de asco y náuseas sólo de mirarse, sin comerlo ni beberlo estallan de pronto en un mar de improperios y si no estamos al quite de la enemistad corremos el riesgo de recibir una estocada perdida. A nadie le agrada ser daño colateral en una refriega espontánea, pero cuando ocurre presenciamos el síntoma claro de que las cosas están peor de lo que nos cuentan. Entonces se pierden los papeles y llega la perplejidad.
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Delicatessen

Mundo Today, ese chistoso periódico que a veces tiene la gracia en el culo, ha confirmado que su equipo curraba al principio en los medios convencionales pero que se largaron porque carecían de rigor. A mí me parece que a los medios de toda la vida no les falta rigor, de hecho yo terminé huyendo de uno porque tenía un rigor excesivo, el «rigor mortis» de una hoja parroquial. Otra cosa distinta es la objetividad, imposible de encontrar en la vida cotidiana. Si intentamos narrar cualquier hecho, aunque seamos testigos presenciales del mismo, tarde o temprano nos daremos cuenta de que estamos realizando pequeñas manipulaciones. Nuestra mirada no es ingenua, ni siquiera durante la infancia. Estamos cortados por el patrón del hábitat en el que vivimos y aunque existan gestos y conductas universales no son tantas como pensamos, así que conviene comparar y establecer puntos de vista. En el mejor de los casos, y contemplando la información desde un aspecto científico, podemos caer en errores por un simple problema de procedimiento.
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La ignorancia como meta

Si venimos al mundo con algún extraño motivo no es otro que el de aprender. Otra cosa es que tengamos suficiente memoria como para recordarlo todo y poner los conocimientos en práctica. El nuevo pope del señor Pérez —al que he decidido nombrar por su primer apellido para no equivocarme con su gemelo, un tal don Mariano—, tiene como seña de identidad el burdo eslógan del «topalantismo», que está de moda entre el empresariado más innovador. La inventó el señor Delgado Ortiz, un tipo grueso y cejijunto, la última promesa de los negocios, que recibió un premio nacional de la juventud a primeros de mes. Al señor Pérez le cayó bien este hombre, cuya mentalidad es lanzarse al río de cabeza y que dios reparta suerte, porque en tiempos difíciles no cabe otra manera de hacer. De ahí que le robara la expresión, la hiciera suya y la arrojara después contra los micrófonos. El «topalantismo», sin embargo, no es ninguna novedad. Todo lo contrario, atarse los machos, arrear como se pueda, ceñirse el bozal, ajustarse el cinto y apretar los dientes resultan inseparables compañeros del ya clásico «todo para adelante». Con frecuencia, el «topalantismo» entraña masculinidad, valentía descerebrada y nula evaluación de los riesgos. Es sinónimo de «rumbo al precipicio». Seguir leyendo

Serpientes trajeadas

La estafa entra en otra dimensión y a los medios no les interesa entrar en detalles. Ya sea por su complejidad o porque aburre a las ovejas, resulta más práctico que vivamos en la inopia. Nuestra inopia se desarrolla en el ámbito de las ciudades y los países mientras que los jefes se desenvuelven en consejos de administración, corporaciones y bolsas, moviéndose por los continentes igual que nosotros caminamos por las calles. No es lo mismo coger el tranvía para ir a trabajar que utilizar un avión como si fuera una motocicleta, por esa razón la vida de los jefes resulta tan extraña al común de los mortales y para hacernos una ligera idea requiere que nos explayemos en complicadas explicaciones, cuando lo más apropiado sería recurrir a los especialistas. Seguir leyendo