Esta noche vuelo a Londres. Ja, qué más quisiera. No me voy a colocar en la ventana y pegar un salto, tampoco me transustanciaré. No se han inventado los transmutadores de materia. Cojo un trasto de Ryan Air, que más o menos es lo mismo que encerrarse en una caja de chapa y esperar a que te proyecten contra el cielo. El señor Ryan, el dueño de la compañía aérea, no es sólamente el jefe de una empresa sino que, según nos contó Mercia, la intrépida neozelandesa que lleva media vida en Zaragoza, es de carne y hueso. Por las venas del señor Ryan circula la sangre, y su piel es susceptible de sentir al tacto una buena cachetada. Como no lo conozco, tampoco tendré la oportunidad, circunstancia que no impide que se la merezca. El señor Ryan nos obliga a cargar con diez kilos a la chepa —si no queremos pagar una tasa especial— y a imprimirte el billete en tu propia casa. Si te lo expende cualquiera de sus empleados te cobra cuarenta euros. Así es a vida en Low Cost, o traduciendo a los no angloparlantes, así se viaja de baratillo. Supongo que las cartulinas están carísimas, que el Amazonas se está desforestando y que hay que ahorrar. Ahorrar, para algunos jefes, significa que gaste otro. Que gaste el cliente, por ejemplo, así que llevamos todos los billetes en papelitos, bien apretados en un sobre, junto a la tecnología punta, la mega cámara de fotos y el parné. Y que le den al señor Ryan.
Viajar de noche es más económico y de paso te prepara para el jet lag. Yo llevo ya unos cuantos días con el jet lag, o sea, que duermo mal y a deshoras, pero dudo que me sirva de mucho en este tránsito. También llevo en tránsito varias semanas, estoy en un estado semi adrenélgico, trabajando con módems internacionales, instalando el skype y redondeando la página web para la comunicación intercontinental. A ver cuándo damos un salto evolutivo y empezamos a usar la telepatía, sería un alivio.
El problema de preparar con mucha antelación los viajes es que la mente se dispara, y lo mejor es que al anticiparte tanto abaratas los costes. No es plato de gusto llegar a Londres de madrugada, coger un cercanías y plantarse en la city para roncar unas horas en el hotel y conocer después la capital británica. El Támesis, el Big Ben y la Torre de Londres eran paisajes que aparcaba en mi memoria para la vejez, cuando me apeteciese poco salir de casa y conocer otras tierras, pero a veces la realidad se adelanta unos años y te deposita en el futuro rápidamente. Era más económico viajar a Nueva Zelanda vía Londres que salir desde Madrid o Barcelona. Resulta estúpido, pero el sistema económico en raras ocasiones demuestra un poco de sensatez, así que mañana echaremos un vistazo a los londinenses. Tenemos una jornada por delante —hasta las diez de la noche no despegaremos rumbo a Singapur— de modo que podremos agotarnos a conciencia pateando las calles.