¿Y a qué se dedica el guardián de un argumento?

Cuando se habla de un guardián enseguida nos viene a la cabeza  todo el imperio romano. Pensamos, no sé por qué, en un merluzo que calza sandalias y lleva un escobón sobre el casco, uno de esos que a la menor sospecha agarra el escudo y nos cierra el paso con una lanza.

Si han pensado en un arquetipo más actual, con su pistola en la sobaquera y su pinganillo en la oreja, también vale. Ya lo del clásico antidisturbios me hace menos gracia, por no decir ninguna. Y ya puestos a elegir prefiero a los guardianes de los juegos de rol, cuyos muñecos representan opciones de maniobra y capacidades de toda índole.

En cualquier caso los guardianes suelen estar cachas y a menudo flanquean una puerta misteriosa, custodian una caja de caudales o simplemente a otro individuo, al cual llevan en volandas alejándolo de todo mal. El sujeto en cuestión, y me refiero al guardián, no es propietario del lugar ni de las personas, tan sólo está allí para impedir la entrada o la proximidad de los desconocidos.  Un guardián, por lo general, es  alguien de confianza pero, por mucho que se suba a la parra, no deja de ser lo que es:  un segureta, un mercenario o un portero venido a más. Gente que se gana las habichuelas repartiendo mamporros, sugiriendo que te va a zurrar la badana o simplemente poniendo cara de pocos amigos.

Ya habrán comprendido que un guardián + un argumento = cosa rara.

¿Por qué?

Porque, cuando se habla de un argumento, la peña no sabe muy bien a qué atenerse. La primera idea que se les cruza  por el coco suele ser la de un libro. Y con el libro ya entre las manos seguro que les entra el sueño y se duermen. Pero si hay suerte, y antes de la siesta le damos un poco más a la olla, igual nos viene a la memoria una materia escolar. Incluso podemos recordar algún profesor, o profesora, preguntándonos por el argumento de ciertos volúmenes. Seguramente su imaginación les ha trasladado por un segundo al pasado y se han visto en un pupitre asistiendo a una clase de literatura. Si es así reciban mi enhorabuena  porque en algún instante de su vida aprendieron que el argumento era la trama de un texto, ¿recuerdan? O dicho de un modo más castizo: desbrozar un argumento consiste en contarle a otra persona de qué va una película, una serie de televisión, una novela… Podemos hacer un resumen de lo que sea a cualquier persona, pero también un anuncio, un avance o un spoiler, que se dice ahora.

De hecho, cada vez que le contamos nuestras aventuras y desdichas a nuestros amigos y parientes, estamos elaborando un argumento de lo que nos concierne. A veces, con el simple propósito de que nos consuelen o nos comprendan, resulta que nos dejamos llevar por la pasión e interpretamos, con mayor o menor soltura, una secuencia de nuestra vida. Otras, para desahogarnos, cargamos las tintas al narrar un hecho. Por si fuera poco, en nuestros círculos de amistades ejercemos de observadores o maniobramos como  periodistas, y más en la actualidad, cuando  podemos tomar fotos de un suceso y publicarlas de inmediato en las redes sociales.

Los medios de comunicación -y los de incomunicación también- construyen argumentos a la hora de contar los hechos. Dicen que es para facilitar la comprensión, pero también lo hacen para comernos el tarro. Por ejemplo, las corporaciones y las multinacionales elaboran argumentos que nos motivan a consumir sus productos. Incluso los gobiernos inventan un argumento y lo repiten una y otra vez hasta que chipia o empapa a la opinión pública. Y lo hacen mediante una narración política, casi siempre falaz pero que suele ser efectiva, no en vano la promocionan con abundantes recursos económicos. De hecho hay miles de cabezas bien pagadas y con el suficiente oficio para abrillantar con cierto éxito la realidad y se creen unos expertos a la hora de contar historias.

Así que tener un buen argumento no sólo está de moda, es de vital importancia. Máxime cuando estamos hablando de un argumento científico, tratado en clave de humor y que abarca 13 mil ochocientos millones de años. Pero, ¿cómo tendría que ser ese guardián y frente a qué amenazas nos defiende?

La fundamental es el tiempo. Y la secundaria, aunque muy aparente, representa a nuestros miedos más antiguos, de los que se han apropiado las religiones.

El tiempo es muy oxidante, deteriora las ideas y envejece a  los dueños de las mismas por simple uso y costumbre. Tres cuartos de lo mismo ocurre con las creaciones que realizamos, de modo que un guardián del argumento está obligado a rejuvenecer la obra, mantenerla viva y despierta, actualizarla según se representa, cuidarla con cariño y esmero e impedir en la medida de lo posible que degenere. Por lógica está obligado a promover su crecimiento y desarrollo, pues de su éxito depende y a él se confiere.

Para certificar esta actitud de defensa generé un concepto tan absurdo como necesario en una pieza de clown: el guardián del argumento. Algo así como el defensor de las fuentes, la persona que recuerda de dónde nació algo, la que apuntó lo que ocurría, el testigo de guardia. Y para estar a tono, reconozco que no tardé mucho en imaginarme con una nariz roja y unas enormes gafas de pasta, defendiendo a bofetada limpia el montón de papeles que iba guardando en la cartera.

Como era evidente que desconocía los entresijos creativos del clown, hubiera sido estúpido generar una obra que no pudiera transformarse a medida que se monta.  Frente a la idea de un autor prepotente, de los que se empecinan en mantener sus propuestas sin dar el brazo a torcer, conviene al escritor de un texto para clown verse durante el proceso como un  testigo, no como un juez. De hecho puedes aportar al juego creativo todas las tramas que se te ocurran pero sólo saldrán adelante aquellas que de veras funcionen.  De esta manera tu capacidad de influencia se multiplica o se reduce según tus aciertos o tus errores, porque está en tu mano responder a lo que se necesita justo donde se requiere.  Y como no hay nada más edificante que ser útil a la sociedad, por pequeña que sea, lo lógico es que  defiendas sus argumentos, porque al fin y al cabo son los tuyos.   Así comprendes que el argumento se ha generado de una forma colectiva  y adquieres la dimensión de un dramaturgo, versionista, adaptador, guionista o sencillamente un guardián del argumento,  instrumento del que me siento muy orgulloso. Sobre todo cada vez que tengo la oportunidad de ver en acción a la doctora Aspasia.

Porque si nos comparamos  con la gran Historia que cuenta Aspasia,  apenas representamos una mota de polvo en el universo. Y como a todo hijo de vecino nos interesa recibir de vez en cuando un baño de humildad. O sea, sentirnos muy poca cosa para comprender lo casual de nuestra existencia. A  fin de cuentas estamos viviendo aquí, en esta bola de agua que gira alrededor del sol,  de auténtica chiripa. Sin conciencia alguna viajamos por el universo montados en el tren de la Vía Láctea, una maquinaria fabulosa que recorre la telaraña cósmica a 230mil kilómetros por hora.

 

 

COSMOAGONÍA
Hoy sábado 31, dos funciones. A las 20,00 y a las 22,00 hs.
Espacio Gromeló
En el Bar La Caja Tonta
Calle Comandante Repollés, 21

 

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