¿Irse?

Viendo a esta moza acarrear semejante ristra de fardos diríase que emigra, que se las pira, que huye de su país por la guerra o la hambruna con todo lo que es capaz de cargar. Se apoya en la maleta delantera, que empuja visiblemente azorada mediante las minúsculas ruedas inferiores a modo de tacataca. Las trolis exigen superficies lisas para patinar y las mochilas requieren además de una espalda firme unas chirucas, por eso sorprende contemplar las chancletas de esta mujer de piernas blancas, todavía sin broncear, cuyo bolso pende en bandolera y por delante, evitando de esta manera las ágiles manos de los descuideros. La muchacha levanta el mentón por un segundo, instante que capta la imagen, para echar un vistazo al horizonte. Casi apreciamos sus mejillas sonrosadas por la fatiga pero desconocemos aún si acaba de llegar a Zaragoza, se aproxima a las taquillas para sacar un billete y largarse o si durante el proceso acaba de perder a alguien. Incluso imagino que al otro lado de la foto cabe otra persona en una postura simétrica, con igual número de fardos, desesperada también por el absurdo de la situación y condenada a encontrarse con ella a mitad de párrafo. Nunca sabremos si corretea una criatura por el vestíbulo, escapando de la tutela materna, si un abuelo busca por el mármol la dentadura postiza o si la compañera de fatigas, que viene del retrete, acude a su encuentro para socorrerla o para cargarle un bulto más en los lomos. Da igual, la estampa simboliza la eterna escapada del verano peninsular. La agonía de las vacaciones. El turismo en estado puro. Nada mejor que una mujer arrastrando las maletas para simbolizar este axioma, todo un clásico en la burla de género. Seguir leyendo

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