Choque de isocarros

No sé a quién se le ocurrió el tópico del choque de trenes. Supongo que la metáfora intentaba poner al personal los pelos como escarpias, pero a medida que pasa el tiempo y no se produce estrellamiento alguno acabas por fijarte en los detalles. Parece obvio lo que representan los trenes, pero ¿cuál es el significado de la vía? ¿Cómo son las locomotoras y cuántos vagones empuja cada una? ¿A qué velocidad van? La estampa es demasiado cerrada, no favorece las interpretaciones y la idea del choque es sin embargo tan sugerente que despierta en las cabezas desastres de toda laya, en cambio esa vía donde se producirá la catástrofe siempre pasa desapercibida. Tampoco importa un comino el freno automático o la pericia de los maquinistas. Ni siquiera se habla de la niebla espesa que debe cubrir el trayecto. Lo de la niebla parece una deducción que no venga a cuento y sin embargo es fundamental, porque no se explica uno que pueda producirse tal accidente entre locomotoras si las condiciones meteorológicas son las favorables. Y menos aún que lo hagan a propósito, sin embargo a todo el mundo le parece normal.

Es muy peninsular y mediterráneo lanzarse el uno contra el otro a sabiendas de que la paliza no acabará bien, supongo que por eso empezamos dibujando la vía donde chocarán los trenes. Hacemos lo mismo en las canchas disimulando la competición mediante un juego o un deporte, con el propósito de enfrentar a dos selecciones y saber quién gana. La vida se torna entonces una pelea, vendemos bocadillos al público, alquilamos taburetes y hasta sombrillas, y para amenizar la espera contratamos a unos mariachis. A mí no me gustan este tipo de espectáculos. No entiendo a los intelectuales que se prestan a formar bandos para apadrinar a los jefes en este show. Pienso en la democracia como un viaje infinito, sin topes ni vetos, abierto a todas las posibilidades y entre ellas cabe perfectamente no sólo el cambio de mentalidad de las personas sino también el de sus pueblos y naciones. Salvo que la ciencia avance una barbaridad, dudo que salgamos a explorar nuevos mundos y crear colonias en otros planetas. Durante varios siglos, engorden o estrechen las fronteras de cada país, la única certeza es que seguiremos condenados a vivir en la Tierra. A no ser que muramos en el empeño, dicta la lógica que conviene a todos facilitarnos la convivencia. A fin de cuentas somos vecinos y la tectónica de placas todavía no fractura los estados al capricho de sus gentes, así que nos interesa entendernos.

Partiendo de una base tan simple, como la necesidad de entenderse, lo primero que salta a la vista es la conducta idiota con que manejan los jefes este asunto. Atrapados en una mentalidad de oligarcas, Artur Mas y Mariano Rajoy representan arquetipos idénticos, estructuras similares y comportamientos políticos muy parecidos, de modo que emplean argumentos calcados los unos de los otros y funcionan de una manera muy previsible. Así que estoy de acuerdo en que ambos se aprestan a chocar, pero no estamos hablando entonces de un choque de trenes sino más bien de isocarros. Ambos sujetos sustentan su pensamiento en fórmulas viejas y hasta que no consigamos deshacernos de ellos será difícil desdramatizar la situación. Los dos, a falta de mejores ideas, están empeñados en hacer de la libre asociación de las gentes un magnífico problema. Un problema irresoluble, que les permita incluso vivir de él, como si no hubiera problemas más urgentes que resolver y situaciones más graves para ocuparse. Al común de las personas nos interesa cambiar de líderes y votar a otra peña en el futuro más próximo, inyectar savia nueva en las administraciones, gente sin pasado de corruptelas y con vocación de servir a los ciudadanos, que resuelva de verdad los problemas de la mayoría y vaya transformando a esta sociedad tan mediterránea en lo que a estas alturas de la Historia debería de ser: un ejemplo de convivencia, respeto y solidaridad. ¿No era eso lo que esperábamos de Europa?

Perogrullo y la vergüenza ajena

Un individuo torpe y pazguato, sin fotogenia, al que se le ve el cartón y se distrae con el vuelo de una mosca, de cuando en cuando parece sufrir deslumbramientos que desenfocan su mirada. Asumes que le habrán metido un flash en la jeta y que desde entonces no sabe qué diantres le pasa, porque está confuso y parece ausente. Le llega un olor extraño y lo vemos arrugar la nariz, como si un súcubo estuviera giñando a medio metro del interfecto. En otras ocasiones esboza una sonrisa mema, semejante a la que fabrican los niños para disimular su vergüenza o nos remite una mueca cariada, producida tal vez por una tensión nerviosa o porque su lengua está buscando un tropezón perdido entre las muelas. En cualquier caso don Mariano, o simplemente el señor Rajoy, presidente de gobierno, es un sujeto inconexo de barba recortada y canosa al que le tiemblan de pronto los párpados hasta generar un tic, un guiño incontrolable y molesto que embarulla sus palabras. En sus morros, cuando el fulano en cuestión mueve la boca para no griparse, aparecen entonces las comisuras de unos labios necios, diseñados para sorber una ostra o calzarse un puro pero que, de simple aprensión, no te los imaginas besando a nadie. Como mucho sirven para cristalizar una baba y a medida que Mariano vuelve a leer de forma cansina su interminable discurso te olvidas de ella, lo mismo que haces con cualquier imperfección de las muchas que pueblan su rostro.

Los discursos de Mariano, al contrario de lo que piensa la gente y comparándolos con los temibles rollos del Mar Muerto que lanzaban Zapatero, Aznar o González, nos parecerán eternos pero son más bien cortos. Y no sólo en cuanto al número de folios sino que, atendiendo a toda la expresión del término, están sembrados de verdades de Perogrullo. Perogrullo, o Petro Grillo —según el académico Godoy Alcántara— fue un palentino del siglo XIII que se hizo famoso a fuerza de pregonar obviedades. Pudo tratarse también de un ermitaño cuyas tendencias proféticas y verborrea generalizada causaron profundo impacto durante el siglo XV, sobre todo cuando explicaba a la concurrencia que el primero de enero iba a comenzar el año y que amanecería al alba.

Supongo que al escriba de los discursos que lee Mariano le apasionará Quevedo y Cervantes, esos grandes escritores que llevaron a Perogrullo hasta los altares de la literatura, porque suele cebarse en popularizar los recortes que nos endosa el gobierno mediante múltiples perogrulladas. Al estilo de «blanco y en botella», como si no cupiera la pintura o el batido de coco en el mismo recipiente, Mariano suele condimentar su discurso con ripios de pobre factura. Presumiendo además de que nuestra capacidad deductiva no se verá mermada, a menudo nos estimula con sandeces. Dando por sentado que no existe otra forma de hacer las cosas, demostrando de este modo que da igual quien presida el gobierno, porque haría lo mismo que él, Mariano es capaz de soltar sin un ápice de ironía que está preparando una ley para regenerar la democracia.

Y que conste que no soy de los que exigen perfección en las formas. Ni siquiera en los fondos. Ya puede venderme un tipo de blanca dentadura y chocolatina en el pecho la conveniencia de apuntarme a un gimnasio, que si me da grima difícilmente abonaré la matrícula. Puestos a sufrir casi prefiero que me dé la brasa un individuo poco agraciado por la naturaleza y a ser posible con severos defectos para que de algún modo me solidarice con su esfuerzo. Pero es que Mariano no pasa la prueba del algodón. Ni siquiera la del plumero o la de la mopa. Igual es que se ha venido arriba probando la dieta macrobiótica o la del índice glucémico y tras perder cinco kilos de golpe, así a lo tonto, sin comerlo ni beberlo —o más bien comiéndoselo todo, a tenor de la panza que luce—, decidiera ahora cultivar el pellejo y dotarse de cierto tono muscular. Mariano, el mismo que animaba a Bárcenas con mensajitos de texto en momentos de apuro, está dispuesto a vigorizar el sistema y no se le ha ocurrido nada mejor que obligar por ley a que gobierne en las alcaldías la lista más votada. Sea cual fuese la distancia que haya entre el primer partido político y el segundo , y con el propósito de que no se pongan de acuerdo entre los demás para echarle un día del sillón, el cachondo de Mariano nos viene con la perogrullada de que a partir de ahora mandará el que gane. Intuyendo el pobre que será él. Tan grande es la decadencia que lo envuelve y la sentina que lo encharca, que llega a confundir este hombre la regeneración con el modus operandi que maneja la mafia, esa mafia que anda hoy medio colgada por efecto de los antidepresivos. Esa misma mafia que está dispuesta a cambiar las reglas del juego como si la democracia fuera una ruleta trucada y el Estado un casino de su propiedad.

Tal vez por eso, Mariano se ha propuesto levantar la moral entre sus filas, antes de que se vayan todos de veraneo, enviando al Congreso un blíster de veintiséis leyes que nos ajustarán, un poco más si cabe, la correa del cinturón al cuello. Y para demostrar la alegría y el alborozo que producen sus decretos entre amigos y socios no tarda mucho en aparecer Montoro por la televisión soltando como un vulgar Perogrullo que —literalmente— se siente muy orgulloso de pertenecer a la casta. Y no a una casta cualquiera, sino a la de derechas. Así como suena. También la Cospedal nos ha regalado los oídos aclarando sin ninguna vergüenza que ella reivindica la política como una forma de hacer caridad. Tampoco me extraña pues que Esperanza Aguirre, continuando en esta línea, se nos suba a la chepa y diga que el dinero que se recauda para denunciarla ante los tribunales tendríamos que invertirlo en algo más productivo, como indemnizar a las víctimas de ETA. El caso es que, llegados a este punto, no se ya si me produce hilaridad o espanto escuchar las paridas de toda esta chusma, pero entre lo que roban y lo que cobran estoy convencido de que deberían de guardar un perfil más bajo. Su soberbia, a fin de cuentas, no sólo causa estupor sino que redobla la inquina que les estamos cogiendo. Y no es sano.

Contabilidad analítica y cemento armado

Honrando a la inopia en la que vive, Mariano ha salido de las Cortes diciendo que el gobierno estaba fuerte. Podría haber soltado que estaba gordo más bien, o tan maduro como para caerse del árbol, pero hablar de la fuerza por oscura que nos parezca quizá le sonase mejor. Si hubiera dicho que el gobierno estaba corrompido, tal vez le hubiera escuchado alguien, al menos por la novedad. Al fin y al cabo, fuera del hábitat en el que se mueve Mariano no se oye otra cosa que el ruido de las mangancias y aunque construya un muro de silencio alrededor de los sobres parece que le persigan allá donde vaya. Hoy mismo, poco antes de finalizar la última sesión de los teleñecos, se ha sabido que Bárcenas —el señor de las peinetas— se cubrió las espaldas contratando los servicios de un notario, al que le colocó las listas de su «contabilidad analítica».

La contabilidad analítica, a diferencia del resto de las contabilidades, es la que se ocupa de ordenar la naturaleza de un gasto, de un ingreso o del movimiento económico que interese, y según las distintas actividades o proyectos que desarrolla lo mismo sirve para cubrir un roto que un descosido. Cabe suponer que la verdadera contabilidad analítica del partido popular es la que se entrega al Tribunal de Cuentas, de modo que Bárcenas se refiere a la otra, la del dinero negro, donde señala de quién proceden los cobros y a quién se reparte sobresueldos. Y para que no quepa la menor duda de lo que hizo Bárcenas con la pasta en B le entrega los papeles a un notario de su barriada, la de Salamanca, dando fe su titular de todo el embrollo y demostrándole a Mariano de paso que se le va la fuerza por la boca. Incluso cuando no la abre. Igual es cierto que en su partido se relajó la ética y terminó fallando el control. También es posible que no tuvieran control ni ética alguna. Me temo incluso que hayan confundido la ética y el control de los que tanto presumen con la impunidad más absoluta. Sólo así se comprende el silencio que promueve el gobierno alrededor de Bárcenas y sus millones en Suiza.

Viendo a este fenómeno de las finanzas, chulo y pijo donde los haya, trotar por las calles de Madrid mientras sortea las cámaras y los micrófonos, me da en la nariz que esconde más de lo que a primera vista podemos leer. Y por lo que parece no está dispuesto a arrojar la toalla. Quizá un día terminen pillándolo como a Roldán, en calzoncillos y dándole a la coca en un burdel de carretera, en cuyo caso me gustaría que fuese en compañía del propio Mariano, o al menos con alguien del gobierno. Si no se descubre pronto alguna ordinariez semejante, este hombre se agarrará al caucho de la poltrona con los dientes y a medida que pase el tiempo hará masa química con el sillón. Hablamos de un sujeto al que no le bastan las pruebas convencionales para admitir su culpa, supongo pues que anda pidiendo una película y su correspondiente banda sonora, para eso vivimos en la era digital. Y como no hay imágenes de la corrupción, como no le hemos visto recogiendo un sobre y guardándose un fajo de billetes en la cartera, resulta que todo son insidias y falsedades. Por eso Mariano ha salido del congreso sintiéndose mejor que la hormiga atómica. Que nadie espere explicaciones, porque no las dará. Se nos ha subido a la chepa de tal modo que seguirá haciendo la misma política económica que le ha lanzado al estrellato, y nos lo suelta a la cara sin vergüenza ni reparo porque en el fondo le resbala. Tiene su mayoría absoluta, recibió su herencia envenenada y no le queda otro remedio que cumplir con su deber. A este ritmo no tardará mucho en sentirse astronauta, como el que sale en un anuncio de desodorantes.

Subconsciente colectivo

Las noticias vienen envueltas hoy en papel parafinado, la radio evoca un aire lúgubre y la televisión amarillea sin complejos, no me extraña que el desierto de los Monegros se vaya a convertir en Marte. O para ser más precisos, en una réplica a pequeña escala del planeta rojo. Allí se recrearán las situaciones que podrían vivir los primeros colonos y se investigará también el impacto psicológico de la experiencia. Supongo que a esta realidad se refiere Mariano, el presidente del gobierno, cuando habla del futuro que nos aguarda más allá de la austeridad.

Lejos de las zozobras mundanas, ajeno a los desahucios y demás miserias, un tal Mario —Mario Draghi— el sujeto que todavía estampa su firma en los billetes de banco, visita a Mariano a domicilio. Mario sigue una vieja tradición numismática, la de garantizar el pago con su rúbrica como si fueran talones, sólo que no hay oro detrás de los brillantes papelitos de colores, tan sólo más billetes, los mismos que han ido circulando en sobres hasta acabar en los bolsillos de Mariano, cuya idiosincrasia eleva a una categoría marciana no sólo las tierras del Jubierre sino la península entera.

El jefe del Banco Central Europeo, según su gabinete de prensa, está muy interesado en charlar a puerta cerrada, sin cámaras ni micrófonos, con la flor y la nata de los diputados del Congreso. No con todos y a mogollón, porque el hombre es muy sensible y podía entrar en un bucle. Detrás de Mario, tal vez en las chimbambas, late un corazón que escucha, por eso tiene la necesidad de comprender cómo llevamos la experiencia. Si de verdad quisiera enterarse de cómo nos luce el pelo, lo más coherente sería que lo soltaran con lo puesto en cualquiera de los suburbios que rodean a las grandes ciudades de nuestra geografía, al menos durante unas horas y que después, con el mismo desparpajo y sin previo aviso, lo dejaran caer a las afueras de Castejón, de este modo disfrutaría de una experiencia marciana, que es lo más parecido a una abducción. A partir de entonces podría ocuparse de asuntos tan misteriosos como la dimisión pontificia, la prueba nuclear de los coreanos o el asteroide que se aproxima a la Tierra, pero es muy probable que sufriera una embolia en el empeño. Así que lo mantienen en adobo porque es un tipo muy importante. La importancia de ciertos menganos, con el trascurso del tiempo, es directamente proporcional a su frialdad emotiva, de modo que no resultan creíbles a los ciudadanos, cuya máxima esperanza consiste en reunir tapones de plástico para sufragar alguna buena causa.

La simple reunión de Mario y de Mariano en un mismo cuadrante no augura nada bueno, en cambio la caída de un rayo en la cúpula de san Pedro, justo el día de la renuncia papal, se desplaza por las conciencias de bares y mercadillos con la misma fuerza que las trompetas de Jericó anuncian la llegada del apocalipsis. Supongo que a este tipo de eventos se refiere Mariano cuando asegura que está cambiando el patrón de ajuste en los mercados. Aún tenemos que esperar un tiempo para que cuajen sus medidas en todo su potencial, no cabe la menor duda, así que la sociedad espera ahora que, por lo menos, caiga otro rayo en las Cortes o en la Moncloa. La única manera de comprender a Mariano, cuando explica que no ha cumplido con sus promesas pero que está cumpliendo con su deber, es que de una manera inequívoca subraye sus palabras la propia naturaleza. Bastaría un rayo para que se nos pusieran los pelos de punta. Mientras tanto sólo se escucha el clamor de la indignación recorriendo las calles y el silencio cómplice del parlamento, donde Mario, el que firma los billetes, tras bloquear los teléfonos móviles de los diputados cuenta su fantástica visión de los acontecimientos. Sin censura, que para eso vivimos en Europa, otra cosa es que al final prime la picaresca y lo cuelguen hasta en YouTube.

Ya se cansarán

Los técnicos y asesores de Mariano tienen un sentido del humor muy particular. Del mismo modo que plantean una comparecencia virtual, colocando una tele en la sala de prensa, le arrean a Mariano un casco de traducción simultánea —que parece una orejera contra el ruido ambiental— y le animan a que sonría igual que un bobalicón, para ver cómo se las apaña con la Merkel. El resultado, si no fuera indignante, sería de chiste. Nunca sale este hombre bien parado de los acontecimientos y sin embargo actúa una y otra vez como si le acompañara el éxito allá donde fuese. Por si cupiera la menor duda, cada vez que aparece Mariano en público dibuja el mismo monólogo interno, gracias al cual se da ánimos a sí mismo. En esta ocasión berlinesa no ha tenido de hecho ningún reparo en afirmar que no sólo se siente con ganas e ilusión sino que poco menos que está poseído por el lado oscuro de la fuerza, el coraje del diablo de Tasmania y la determinación del coyote en su eterna carrera contra el correcaminos. A este barbudo lisonjero, patricio en sus vicios y hechuras, cuya mano jamás tiembla hasta el extremo de que podría tostarla en unas brasas, las insidias y las infamias que viertan los demás sencillamente le resbalan. Está convencido de que nada puede probarse y por lo tanto conmina a los mensajeros de tan nefastas noticias a que dejen ya de dar la tabarra. Los papeles de Bárcenas, a su juicio, son falsos. Quizá no lo sean todos, pero la mayoría son una broma de mal gusto, por eso anuncia que su partido acudirá a los tribunales contra todos los que duden de su palabra. Lo que resulta patético.

Los hombres de negro, mientras tanto, han pasado el informe correspondiente al segundo tramo del rescate bancario y como saben que no es el mejor momento para incidir en los recortes y las privatizaciones han confirmado que todo va miel sobre hojuelas, aunque permanecerán vigilantes. Los guías y supervisores del neoliberalismo avisan a Mariano de que debe estar disponible porque cabe la posibilidad de que surjan, igual que los rebollones en el monte, una serie de vulnerabilidades en la ejecución de los activos tóxicos. La situación económica es muy desafiante y lo mismo se necesita más trabajo conceptual en las próximas semanas, sobre todo en los proyectos de nuevas reformas, las cuales tendrían que adoptarse con rapidez y eficazmente. Como las parábolas de los hombres de negro producen en Mariano una fascinación asombrosa, no duda este hombre en actuar de verdugo, por eso habla de fuerza, coraje y determinación, incluso de la ilusión que le embriaga y las ganas que tiene de proseguir con la faena. Las mismas que gozaba, a su entender, el día de la jornada electoral, cuando triunfó por mayoría absoluta. Así que debe tener Mariano una moral —si no de hierro— quizá de corcho: empapa cualquier amenaza hasta que la evapora por agotamiento.

Todavía recuerdo que, en la conferencia virtual del pasado sábado, sugirió que la auténtica soberanía popular residía en los mercados. Los mercados no habían prestado demasiado interés a los millones de euros que se desperdigaban en los bolsillos de la cúpula del partido popular, de modo que sería ridículo tomarse a pecho el asunto y presentar dimisiones. Si los mercados apoyan a Mariano, que salga el sol por Antequera. Sin embargo, la jornada bursátil del lunes tuvo una caída de casi el 4%, la mayor desde septiembre, desplomándose entre un 4% y un 6% las grandes firmas del Ibex y llegando a subir treinta puntos la prima de riesgo, consecuencia directa de que salieran a la luz los papeles de Bárcenas. Parece ser que los mercados están un tanto inquietos con el reparto de sobres pero a Mariano no le consta. A Mariano sólo le consta lo que los hombres de negro quieren oír, por eso habla de que el déficit estructural se ha reducido un 3,5% durante el año pasado. Es el precio que se paga por triturar la justicia, la sanidad y la escuela pública hasta alcanzar el cénit de los seis millones de parados. No me extraña que la Merkel diga de Mariano que le causa gran respeto y admiración —no va a decir que es un tonto del haba—, ella sabe de buena tinta que al resto de los mortales nos produce urticaria. Pero es su lacayo y de momento no tiene otro al que lanzarle el hueso y darle en el lomo unas cuantas palmadas.

La neblina del poder

Mientras se analiza con lupa en los periódicos cada uno de los pagos de Bárcenas, y ante la negativa de Mariano a reconocer que cobró veinticinco mil euros anuales durante más de una década, los más finos analistas comienzan a diseccionar la situación política que se ha creado tras el escándalo de los sobres. A muchos les sorprende que dos cabeceras tan antagónicas, como El Mundo y El País, terminen compitiendo con cierta saña a la hora de destripar las mangancias del partido en el gobierno. Y todavía les resulta más pasmoso que las demás, incluso las dirigidas por lo que se ha venido en llamar el TDT party, les sigan la corriente. Nunca se había dado semejante unanimidad en poner al gobierno a caer de un burro. ¿Estamos hablando de que la prensa, al margen de sus afinidades y negocios, aún es capaz de comportarse de una forma profesional o es que hay gato encerrado? Parodiando a Carme Chacón, podríamos afirmar que la corrupción no es ninguna fatalidad porque siempre tiene una solución. ¿Y cuál es?

Supongo que la de poner en marcha la espesa maquinaria de la justicia y permitir que a los culpables, en su mayoría aforados, les caiga encima todo el peso de la ley. El problema es qué se hace después con las instituciones y cómo se gobierna tras un cataclismo de este calibre. Teniendo en cuenta que hablamos de una mangancia generalizada en la misma cúpula del poder, sería fácil vendernos que la regeneración del sistema se produciría mediante una presidencia tecnócrata al estilo italiano. Y es aquí cuando nace la sospecha. Tomando el rábano por las hojas podríamos insinuar que un presidente como Mariano carece de la ética suficiente como para seguir recortando derechos sociales y privatizar lo que se le ponga por delante. No creo que la ética haya sido un impedimento para este gobierno ni para ningún otro, aunque la contestación ciudadana difícilmente aceptaría de un presunto delincuente que continuara en sus trece como si nada hubiera ocurrido. Así que llevarse por delante a Mariano permitiría a su sustituto coger las tijeras y seguir los recortes. ¿Quién sería esta persona?

Se habla de Soraya, la vicepresidenta, que no aparece en los papeles de Bárcenas (quizá porque sólo abarcan hasta 2008). Esta opción, si fuera el caso, permitiría continuar en el gobierno al PP mientras la justicia hace sus deberes. El otro nombre que se escucha es el de Almunia, comisario europeo, para lo que sería necesario un pacto de estado -del que tanto se habló al principio de la crisis- entre los dos partidos mayoritarios. La tercera pata de la mesa corresponde a la situación que estamos viviendo ahora, con un gobierno enrocado que dilataría al máximo la dimisión de Mariano y sus ministros, negándolo todo hasta que no pueda más. Sin embargo, la resolución más lógica del problema no sería otra que la de concluir la legislatura a la mayor brevedad posible y convocar nuevas elecciones. Si le añadiéramos además la creación de un nuevo proceso constituyente, tal vez la clase política recuperase cierta credibilidad, pero no caerá esa breva. Aparte de la presión mediática y judicial, todo depende de la reunión en Berlín con la Merkel y de la fantasmal charleta que el presidente del banco central europeo dará a puerta cerrada en las Cortes la semana que viene. El resto es tan solo especulación.